viernes, 16 de febrero de 2007

13 Conclusión

En general, los cristianos evangélicos no afirman que el gobierno de la Iglesia sea una doctrina fundamental, sino que la consideran una doctrina secundaria o distintiva; pero lo cierto es que en la práctica es una cuestión muy sensible, sobre la que aquellos que reclaman su “autoridad pastoral” no admiten desacuerdos ni cuestionamientos, llegando a ser un tema intocable sobre el que no hay posibilidad de reconsideración y estudio. O sea, en la práctica, el reconocimiento y acatamiento de la “autoridad pastoral” se convierte, muchas veces en un “artículo de fe fundamental” acerca del cual cualquier discrepancia puede llegar incluso a hacer imposible la convivencia.
Por eso, a lo largo de nuestro desarrollo, nos hemos esforzado por considerar y contestar los argumentos que nos presentan habitualmente aquellos que tienen interés en mantener la supuesta “autoridad divina” como un valor que reside actualmente en ciertas personas (pastor y ancianos). Creemos haberlo hecho de manera objetiva, imparcial, y acudiendo con rigor y sinceridad al Texto Bíblico, para extraer del mismo la enseñanza sobre los conceptos involucrados en toda la verdad que queremos practicar, con relación a esa parte tan importante de nuestra relación fraternal, como es el gobierno de la Iglesia, gobierno que tiene como resultado el sometimiento de todos a Dios.

“…la suma acerca de lo dicho es…”
Retomando las diferentes conclusiones establecidas parcialmente a lo largo de este trabajo, podemos reunirlas en el siguiente resumen:
- Desde la antigüedad los hombres de Dios ejercieron una autoridad de carácter espiritual y subordinada a Dios, que es la única Persona en quien reside eternamente la autoridad soberana, y que Dios ha plasmado en leyes que todos los hombres debemos obedecer, y autoridad que no ha delegado en ningún hombre.
- El deseo de Dios es que cada hombre ordene su vida dependiendo directamente de su Creador y Salvador, y que no lo aparte a El para poner en su lugar la “autoridad” de un hombre. Que aprendamos a acudir a Dios para obedecer sus mandamientos y así evitar el desorden que es propio del mundo (1Sam. 15:22). La autoridad de la Palabra de Dios es suprema para todos los hombres, cuya supuesta “autoridad” personal queda muchas veces descalificada por la autoridad espiritual de los siervos de Dios.
- El Señor Jesucristo, quien es el Dios eterno revelado en carne, expresó su voluntad en Mat. 16:18: “...edificaré mi iglesia…”. Ese pronombre posesivo le confiere pleno derecho como único Señor de su Iglesia, a la que quiso organizar de una manera diferente al modelo que sigue el mundo. Todos los salvados por el servicio sacrificial de la Santísima Trinidad en la cruz del Calvario hemos sido hechos esclavos suyos (doulos, en griego), para que sirviéndole a El nos sirvamos los unos a los otros.
- Jesucristo resucitado tiene todo el poder y todas las capacidades, con toda perfección en todos sus atributos divinos, cuyo ejercicio mantiene inmutablemente con perfecta responsabilidad hacia todos y cada uno de sus redimidos. Todo lo cual lo ha legitimado para establecer su Iglesia como un organismo vivo de carácter espiritual, al cual gobierna directamente, porque El es el Señor y Maestro, Primogénito entre muchos hermanos, Fundamento, Cabeza, Esposo, Pastor y Obispo. Organismo en el que todos los salvados disfrutamos por igual de la dignidad de hijos de Dios; la dignidad de siervos suyos, libertados plenamente por El para que vivamos para El; la dignidad de reyes y sacerdotes, dotados con dones del Espíritu. Por todo lo cual, en su Iglesia no deben haber jerarquías (Mat. 20:25-26), y debe ser limpiada de formas de gobierno humanas que favorecen la carnalidad, la mundanalidad, la división, el sectarismo y la acepción de personas.
- La forma bíblica de gobierno, definido como Teocrático-Bíblico-Congregacional, evita enseñoreamientos y posibilita la satisfacción espiritual en las relaciones fraternales; con un mayor enriquecimiento espiritual de todos los creyentes, y mayor provecho de la obra de Dios.
- El hecho de tomar el significado de los vocablos griegos en su sentido natural, y en armonía con la enseñanza novotestamentaria general, nos libra de contradicciones doctrinales, aportándonos luz complementaria sobre los siervos del Señor, el servicio que deben realizar y las cualidades de ese servicio.

Los siervos y su servicio
Los pasajes bíblicos directamente relacionados con las cualificaciones, oficio y dignidad de los pastores, ancianos u obispos, nos enseñan que estos tres términos refieren al mismo oficio espiritual, señalando los tres aspectos que integran dicho oficio, ver Hch. 20:17 y 28, donde el apóstol Pablo enfatiza la finalidad fundamental del trabajo de estos siervos, consistente en un atento apacentamiento del rebaño, que es propiedad del Señor Jesús.
En la misma línea, el apóstol Pedro ruega a los ancianos en 1Pe. 5:1-5, no como apóstol que quisiera imponer una “autoridad” mayor, jerárquica, sino de una manera humilde, como un anciano más entre iguales: “…Apacentad la grey de Dios… teniendo cuidado de ella… voluntariamente… de un animo pronto; y no como teniendo señorío sobre las heredades del Señor, sino siendo dechados de la grey…” El énfasis está en el servicio (otra vez “apacentar”), la calidad de ese servicio y la responsabilidad de una enseñanza visual, mediante el claro ejemplo de las virtudes cristianas. Acaba exhortando a los jóvenes para que se sujeten a los ancianos y que todos los miembros de la Iglesia, desestimando la soberbia y siguiendo la humildad sean sumisos unos a otros (comp. Ro. 12:10 y Ef. 5:21). Al respecto, debemos estar de acuerdo en que la enseñanza general del NT es que todos seamos humildes y que todos nos honremos unos a otros y que todos nos sujetemos unos a otros; cuando estos principios generales los aplicamos a una relación específica (por ej. anciano-oveja), esa aplicación particular no invalida el principio general como si los pastores ya no deban honrar a sus hermanos y ya no deban sujetarse a ellos. El pastor, como oveja que es, debe honrar a las otras ovejas y viceversa, como co-iguales. Como “pastor”, las otras ovejas le deben honrar como a tal, sin que esto excluya lo anterior. Cuando un hijo de Dios establece la verdad bíblica, independientemente del don divino que tenga, todos los hijos de Dios, pastores y no pastores, debemos sujetarnos “a él” porque, en realidad estaremos sujetándonos a la Palabra de Dios, y así estaremos obedeciendo a Dios. De igual manera contemplamos la obediencia a nuestros pastores según Heb. 13:17 (comp. 1Co. 16:15-16).
Recordamos que la acción de presidir (proistemi, en 1Tes. 5:12 y 1Tim. 5:17), es una cuestión de organización para poner y mantener el orden que conviene en las actividades de la Iglesia; y no está de más, enfatizar que presiden “en el Señor”, o sea, sujetos a la Autoridad y conduciéndonos a la sujeción a esa Autoridad. Y la acción de gobernar (kybernao, en 1Cor. 12:28), refiere a mantener el rumbo dentro de la trayectoria espiritual que recorremos en nuestra peregrinación hacia la patria celestial.
En cuanto a las cualificaciones espirituales que las Escrituras exigen de manera inexcusable a los obispos o ancianos, según 1Tim. 3:1-7 y Ti 1:5-11, son características que el Señor quiere que tengamos todos sus hijos, como comprobaremos en el estudio del NT. Se trata pues, de que estos oficiales, que ocupan una posición pública, tengan las cualidades espirituales con las que edificar eficazmente y representar dignamente a la Iglesia de Dios, sobre todo por razón de la trascendencia que puede tener para el testimonio cristiano la acción pública de hombres que enseñando y predicando “las virtudes del siglo venidero” (comp. Heb. 6:5), mostraran una forma de vivir carnal. Consecuentemente, esas cualidades no los convierten forzosamente en hombres exclusivos, ni más aptos, ni más espirituales que el resto de cristianos; antes bien, son exigencias inexcusables para acreditar que han sido escogidos por el Señor para realizar un servicio tan básico como delicado.
Además, añadamos lo que es evidente: que en toda la Escritura no hay un solo lugar en que se inste a los siervos de Dios para reclamar o exigir la obligada obediencia a su persona. El mandato del Señor es que nosotros nos sometamos y obedezcamos voluntariamente a la instrucción espiritual de esos esforzados obreros de Cristo.

La realidad de nuestros días
Consideramos realmente pertinente poner al alcance de todos nuestros hermanos en Cristo estas consideraciones porque, como hemos dicho, adquirir el concepto bíblico correcto acerca de la autoridad en la Iglesia, y concedernos su consecuente práctica en el gobierno de la misma, nos dará la satisfacción espiritual que deseamos en nuestras relaciones fraternales.
Desde luego esto requiere un serio compromiso con el Señor, de profunda y consecuente espiritualidad práctica en nuestra vida cristiana. Pero, en general, lo que hallamos es justamente lo contrario: la mayoría de creyentes vivimos inmersos en la obtención de placeres, los disfrutes de diversiones mundanas, preocupados por los reclamos del materialismo y muy limitados por la atención de las “necesidades” físicas y temporales. Esto es causa de una mínima participación en “los trabajos del Evangelio” (comp. 2Tim. 1:8), por parte de creyentes con el carácter poco santificado y con raquítico desarrollo espiritual, a veces escondido detrás del “decorado” de ciertas apariencias formales.
Esto provoca una situación bastante generalizada de condiciones personales en conflicto con las demandas que nos hace la Palabra del Señor. Conflictos personales que también alcanzan a la vida de las iglesias locales con la manifestación de muchas obras de la carne (ver. Gál. 5:19-21), y ante este panorama, muchos pastores están optando por la solución de imponer una firmeza personal (forzando una supuesta justificación bíblica), para mantener controlada la situación. Otros “pastores” sencillamente encuentran en este ambiente la condición propicia para establecer su posición autoritaria de mando, que tiende a degenerar en un enseñoreamiento abusivo con prácticas de manipulación; prácticas que les permiten “gobernar” la iglesia con la mentalidad de que es una propiedad suya de la cual disponen por sí mismos como mejor entienden, para obtener los propósitos que ellos se han fijado y que ensalzan sus personas.

Honrando, ayudando y obedeciendo a nuestros pastores
Finalmente queremos confirmar, despejando toda duda al respecto, que nuestra práctica y enseñanza está decididamente comprometida para honrar y obedecer a nuestros pastores, según el correcto concepto bíblico que ya hemos explicado.
Efectivamente nosotros creemos que estos siervos del Señor y servidores nuestros, merecen nuestro mayor respeto y aprecio por el hecho de ser instrumentos en manos del Señor y porque muestran de manera ejemplar el buen carácter cristiano caracterizado por el fruto del Espíritu (ver Gál. 5:22-23), acompañado de las hermosas virtudes cristianas propias de las cualificaciones espirituales que los distinguen.
Ese respeto aún es más solemne, si cabe, cuando vemos que realizan su ministerio con abnegación, soportando muchas veces el gran esfuerzo de atender un trabajo secular con el que mantener honradamente su familia. Otras veces soportan la carga de una enfermedad y otras adversidades, a pesar de lo cual mantienen su labor espiritual. En algunos países han padecido y aún padecen persecución. Otras veces tienen que resistir intentos por comprometer su independencia y libertad cristianas.
A estos obreros de Jesucristo los tenemos en la mayor consideración y estima por causa de su obra fiel al Señor, que resulta en nuestro beneficio espiritual (1Tes. 5:12-13, comp. 1Co. 16:18). Ellos son dignos de ser honrados con nuestro reconocimiento y gratitud, además de ser honrados con el salario para su sostenimiento económico, cuando han sido encomendados por la Iglesia para trabajar únicamente (“a tiempo completo”) en la obra de Dios (1Tim. 5:17-18 comp. Gál. 6:6).
Nosotros debemos ser imitadores de estos buenos ejemplos, cuyos éxitos alientan nuestra vida cristiana. Y debemos acceder dócilmente a la enseñanza bíblica con la que nos persuaden cuando nos guían a vivir agradando al Señor. Esta es una forma práctica e inteligente de ayudarlos para que nos sirvan con alegría y el máximo provecho para todos. Los hijos de Dios nunca debiéramos ser motivo de su gemir, por agravar la carga de su servicio con nuestra terca resistencia carnal (Heb. 13:7 y 17).
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad.” (2Tim. 2:15).
La Iglesia del S. XXI está muy necesitada de la mayor abundancia de esta autoridad espiritual.
Amados hermanos, con atención, temor y reverencia aceptemos la exhortación y admonición de nuestro Dios, que en su Palabra nos ha dejado escrito:
“¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido.”
(Is. 8:20)
“…y los sabios de la ley, desecharon el consejo de Dios contra sí mismos…” (Lc. 7:30)