viernes, 16 de febrero de 2007

12 Inconvenientes y ventajas

A la luz de lo expuesto reconocemos con agrado nuestro deber cristiano, propio de la piedad cristiana, de someternos (comp. Ef. 5:21 y 1Pe. 5:5), y obedecer a aquellos hermanos que sometidos al Señor, El los pone delante nuestro para apacentarnos y guiarnos con todo el Consejo de Dios (comp. Hch. 20:27). Estos son fieles siervos de Cristo que establecen la autoridad de la Palabra de Dios y nunca su pretendida “autoridad” personal (a veces no dispuesta a someterse a la Autoridad divina), cuando es la Autoridad divina la que legítimamente ha establecido la forma de gobierno de la Iglesia y los principios espirituales relacionados con el mismo. Estos son siervos dotados por el Señor, que nos recuerdan y reflexionan los mandamientos del Señor con un razonamiento absolutamente bíblico; éstos son dignos de ser honrados con nuestra obediencia, respeto y apoyo, porque nos están dirigiendo a alimentarnos de la Palabra del Señor para obedecer al Señor, al que también ellos están obedeciendo. Esto es muy distinto de exigirnos obediencia a los dictados de su persona.
Más allá de este concepto bíblico sobre el sometimiento y obediencia a los hombres dotados por Dios con el don de pastor, cualquier obediencia ciega, confianza absoluta y sometimiento incondicional, acarreará más tarde o más temprano importantes inconvenientes y tropiezos a la vida espiritual de los cristianos y de la Iglesia cristiana.

Problemas del pastorado monárquico (individual y plural)
Son varios e importantes los problemas o inconvenientes que aparecen al conformarnos a una forma de gobierno eclesiástico basado en la supuesta “autoridad” personal de unos sobre los demás.
Desde luego en algún grado, esa pretendida “autoridad” personal es objeto de un desarrollo, que necesita proteger la persona del pastor o anciano u obispo. Según ese desarrollo, aunque se reconoce la posibilidad de que el pastor se equivoque, sin embargo en la práctica esa posibilidad es ignorada y nos esforzamos por presentar un pastor “sin defecto” (esto va más allá de que sea irreprensible), entonces nos vemos obligados a obviar los normales errores que se dan en todos los mortales: no nos atrevemos a mostrar desacuerdo con su opinión, con su decisión, con su organización, con su gestión. Todo ha de estar bien, por lo cual tememos que plantear el menor interrogante podría originar un malestar.
A continuación, necesitamos extender la perfección del pastor a la familia del pastor. Tanto él como los miembros de su familia viven bajo la presión de tener que mostrar públicamente una imagen impecable. Entonces surge el esfuerzo por “proteger” especialmente el testimonio de la esposa e hijos, con el peligro de encontrarnos encubriendo manifestaciones carnales.
Por supuesto que este “cuidado” que tenemos hacia el pastor y la familia del pastor no lo tenemos hacia el resto de miembros de la Iglesia, con los que solemos mostrarnos más descuidados en prodigarles atenciones y/o excusarles y justificarles posibles anormalidades espirituales. Incluso puede resultar conveniente subrayar, hacer notorio, recalcar imperfecciones de otros para que así resalte aún más la aparente excelencia del pastor y la familia del pastor.
Bíblicamente esto se llama hacer acepción de personas (Deut. 16:19; Pr. 28:21; Ro. 2:11; Stgo. 2:1 y 9). En este contexto, esa acepción de personas es un pecado colectivo, todos están participando activa o pasivamente, hay una connivencia en la comisión del pecado. Por lo que esa “dinámica” así instalada, arraigada y alimentada, obliga a aceptar la superioridad de los deseos y conveniencias pastorales.
Cuando ese pastor se sabe seguro en esa posición especial, conociendo que sus ovejas confían en que él puede “ver” ahora ciertas cosas que pasan inadvertidas para ellas y que ya las “verán” más adelante, a pesar de que tienen el Espíritu Santo, se atreve a desarrollar aquellas prácticas que caracterizan a las sectas destructivas. O sea el siguiente problema o inconveniente es el peligro del surgimiento y desarrollo de características sectarias.
Alguien dijo: “Una señal segura de que estamos en presencia de una secta, es que su autoridad máxima en asuntos espirituales descansa en algo distinto de las Sagradas Escrituras”.
Las características sectarias más manifiestas son: Los “líderes” insisten reiterando y enfatizando la autoridad que ellos tienen y que debe ser obedecida sin discusión alguna porque, dicen: “yo soy el pastor”. Este “yoismo”, propio de un “ego” no crucificado, lo defienden torciendo el texto de Heb 13:17 “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como aquellos que han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no gimiendo; porque esto no os es útil“. Con la idea equivocada de que ellos darán cuenta a Dios de lo que hagamos los “sometidos” a ellos al obedecerlos, nos exigen obediencia ciega e incondicional. Esto es anti-bíblico porque anula aquel principio de nuestra responsabilidad individual y tuerce la Escritura que está emplazándolos para que atiendan con el mayor cuidado el ejercicio de su ministerio. De lo que habrán de dar cuenta es de su responsabilidad personal, de cómo nos han servido: con qué honestidad bíblica y ética, fidelidad y entrega al Señor, denuedo espiritual, amor, etc., han desarrollado su labor pastoral.
Nosotros tenemos la responsabilidad de ayudar con nuestra obediencia a aquellos pastores que ministran según el concepto concluido al principio de este capítulo. Pero también tenemos la obligación de desobedecer a los que nos quieren imponer su mandato personal no justificado bíblicamente, tal como establece la autoridad apostólica: “Y respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres.” (Hch. 5:29).
Cuando esa posición autoritaria está consolidada, el pastor se siente legitimado para juzgar subjetivamente supuestas intenciones ocultas de acciones ingenuas, a cuyos autores acusa de estar comprometiendo su ministerio. A las explicaciones que le dan les aplica una reinterpretación maliciosa y cuando no le dan la razón los juzga como rebeldes, e incluso profiere amenazas.
Además se atreve a ignorar y contravenir la definición de doctrinas y prácticas escritas en los Estatutos oficiales de la Iglesia (la “línea” del pastor viene a ser la “línea” de la Iglesia), para hacer prevalecer los criterios personales que en cada momento pueda tener él, según sienta la guía del Espíritu. Esto último es sumamente peligroso porque quedamos a expensas de una “autoridad” que viciada con un subjetivismo egocéntrico nos impondrá sus deseos personales, que abrigan fines egoístas, y esto esgrimiendo una supuesta guía del Espíritu Santo, que en realidad es la acción engañosa de la vieja naturaleza carnal (comp. Sal. 32:2).
El “líder” que ha ido tan adelante en ese proceso de la carnalidad, vive bajo el temor de que los creyentes piensen en todas estas cosas. Quiere que ni tan siquiera las conozcan y mucho menos que las piensen. Le asusta tener que afrontar una situación en que personas que piensan por sí mismas les lleven la contraria y comprometan sus planes (Ef. 6:14; Fil. 4:8; Heb. 5:14).
Finalmente, todo esto desemboca en que esa clase de “líder” necesita controlar todo lo que pasa. Desarrolla una “mentalidad tendente a dominar y manipular la conciencia de la gente para obtener algo de ella” (citado del libro “Pastores que abusan”, por Jorge Erdely, www.sectas.org). En este mismo libro, dicho autor escribe: “Las formas en que una organización religiosa o un ministro cristiano pueden ejercer control y enseñorearse sobre sus congregantes por lo general se resumen en dos: métodos de manipulación y doctrinas autoritarias.
Los métodos de manipulación son formas o maneras de presionar a la gente y llevarla a hacer lo que quieren. Las doctrinas autoritarias son enseñanzas, a veces mezcladas con perversiones de conceptos cristianos o versículos bíblicos, que tienen el objeto de provocar una especie de lavado de cerebro; un severo adoctrinamiento que puede lograr que las personas dejen de utilizar su razón, inhiban su capacidad de decisión propia y lleguen a llenarse de un temor supersticioso al líder. Esto dará por resultado que los miembros de una organización se sometan incondicionalmente a sus líderes en varias áreas y les obedezcan a veces hasta en sus más mínimos caprichos.
Estos dos puntos, los métodos de manipulación, y las doctrinas autoritarias, son la gran clave para detectar a tiempo cuando estamos frente a un pastor, líder, sacerdote, organización o secta explotativa.”
“Cuando alguien no puede ejercer su ministerio, basado en la verdad, en el servicio amoroso y en la honestidad, necesita recurrir al uso de la manipulación y a un sistema de gobierno autoritario para imponerse sobre las conciencias de las personas y poderlas controlar.”
En conexión con este peligro de la manipulación, debemos considerar la práctica de “llamamientos” continuos para creyentes al final de las predicaciones. En el Nuevo Testamento no encontramos esta práctica ni tampoco la forma como se lleva a cabo: con el pretexto de proteger la intimidad de los que van a responder públicamente al llamamiento, nos invitan a cerrar los ojos “en actitud de oración”, mientras, el predicador sigue reclamando insistentemente, presionando psicológicamente, una decisión inmediata, “in situ” de la voluntad; no está orando y no estamos acompañando una oración pública con la que nos identificamos.
Esto viene a parar en que ejercen una influencia psicológica de la mayor importancia, porque nos acostumbran a escuchar al hombre con la misma confianza con que oramos a Dios. Es una práctica extra-bíblica que da la posibilidad cierta de manipular las conciencias acostumbrándolas aún más a someterse a los requerimientos de la “autoridad personal”.
La referencia bíblica que debemos contrastar al respecto es Ro. 12:1 “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro racional culto.” Aquí Dios nos insta a que como resultado del ejercicio de nuestra libre y reflexiva racionalidad, ilustrada por la misericordia divina manifestada en la cruz, donde fue clavado el cuerpo de Cristo en sacrificio expiatorio y vicario (del cual vino la Iglesia que es su Cuerpo), tomemos la decisión de presentar nuestro cuerpo (y con él toda la vida), de manera definitiva, de una vez y para siempre (como indica la forma verbal del original griego en modo aoristo). Nuestra presentación o dedicación al Señor es un acto que incluye todo el ser, para toda la vida. No hay lugar a rededicaciones parciales.
Siguiendo con las características sectarias, Erdely nos advierte: “Es común que aunque en la Biblia la rebeldía se define como el acto de desobedecer los mandamientos de Dios, los dictadores religiosos llamen rebeldes a los que se salen de debajo de su sistema de control. Esto es sólo un método de manipulación para presionar a la gente y no debe tomarse en cuenta, pues en la Escritura, Dios llama rebeldes exclusivamente a aquellos que desobedecen los preceptos éticos divinos…”
También, esos supuestos rebeldes, son identificados con la oposición diabólica a la obra de Dios, tal como se desprende, según ellos, del ejemplo de los amigos de Job a los que califican como instrumentos de Satanás oponiéndose a aquel siervo de Dios.
Y ¡atención!, porque el resultado final, cuando estos métodos están infiltrados y consentidos en la práctica eclesiástica, es que tenemos el riesgo de que también se “cuelen” a través de los dirigentes (“líderes”), las intenciones malsanas de disponer de personas ingenuas y confiadas, a las que utilizarán con astucia y según su conveniencia, para conseguir ciertos objetivos ambiciosos que exalten aún más el protagonismo del pastor.
Mientras tanto, este “pastor” (¿?), es aprobado por sus seguidores en todas sus actuaciones: pase lo que pase, haga lo que haga, sigue disfrutando de la confianza de esos seguidores que incluso justifican evidencias de carnalidad. Es como si viniera a gozar de infalibilidad e inmunidad espirituales (nos llega a parecer que lo que los protestantes le negamos al papa de Roma por abominable, se lo concedemos al pastor). Es la gran puerta abierta a todo tipo de abusos y desaguisados en la Iglesia: se pueden dar y quitar ministerios; se pueden promover procesos disciplinarios; se puede privar de servicio y aún separar de la membresía a los “disidentes”; se pueden romper noviazgos, matrimonios y familias; se pueden volver a los hijos contra los padres, se puede disponer de los fondos económicos sin autorización previa, se pueden introducir desviaciones doctrinales, etc.
Parece que últimamente esta “autoridad” viene siendo aún más reforzada con la idea de que el pastor, en quien supuestamente reside la autoridad, ejerce la misma autorizando y desautorizando a otros para las funciones que él estime oportunas, al margen del parecer del resto de la membresía.
En esta línea de “autoridad que autoriza”, nos llama la atención un concepto de lo más novedoso. En estos días estamos oyendo referirse al matrimonio del pastor como “los pastores”. Aunque entre fundamentalistas, esto no significa todavía que se reconoce a un pastor y a una pastora si que nos hace pensar en lo que la práctica nos muestra: es la colaboración entre el pastor y su esposa, de forma que ella es autorizada por él para desarrollar autoritariamente ciertos ministerios, en los que su opinión puede ser impuesta sobre sus colaboradores (varones incluidos), y solamente cederá a la opinión del pastor, que es la que prevalece sobre todos. Parece que se nos está induciendo subliminalmente a aceptar una cierta “autoridad” delegada de la esposa del pastor.
En Fil. 3:2, leemos “…guardaos de los malos obreros…”. Tenemos la responsabilidad de mantenernos bien despiertos para no aceptar ni tolerar estas desviaciones mundanas del más puro cristianismo novotestamentario, que favorecen obreros incompetentes. Son tiempos peligrosos de abundante y variopinta apostasía como efecto de la multiplicación de la maldad propia de los últimos tiempos. Al apartarnos de las sencillas verdades del Nuevo Testamento aparecen personas que hasta pueden llegar a ver “posibilidades de negocio” aprovechándose de las facilidades que da el “acomodamiento” de buena parte del rebaño. ¡Atención!, ese “guardaos” nos advierte de que estamos ante un peligro cierto, no es una posibilidad remota el que podamos caer en manos de “malos obreros”, sino que es una posibilidad próxima. Ante la advertencia de este peligro cierto, consumado muchas veces durante la historia de la Iglesia, sería imprudente y temerario conformarnos con una confianza somnolienta que nos llevará a ser devorados sin que hayamos visto venir al lobo.
“Y guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas de dentro son lobos rapaces.” (Mat. 7:15).

Beneficios del sistema bíblico
Practicar responsablemente la forma de gobierno teocrático-bíblico-congregacional tiene de entrada, el beneficio de librarnos del enseñoreamiento de un “liderazgo” abusivo, que instala en la Iglesia el conflicto y la tensión de forma permanente.
Tiene el beneficio de librarnos del sufrimiento que por sí mismas causan las prácticas manipuladoras y autoritarias; además del sufrimiento añadido por las obras de la carne incluidas en las intrigas, que aquellas prácticas llevan aparejadas. Son sufrimientos innecesarios (comp. 1Pe. 2:19-20).
Tiene el beneficio de evitar reproches entre “partidos”, no hay lugar para éstos porque todos los miembros asumen la misma decisión. En el caso de una decisión equivocada nadie puede señalar a otro como culpable.
Tiene el beneficio de proteger la unidad de la Iglesia, evitando divisiones que la mayoría de veces son provocadas por incompatibilidades personales.
Tiene el beneficio de liberar a los pastores de un exceso de cargas y contar con más y mejor colaboración, lo cual resulta en mayor fruto de su labor ministerial (comp. Hag. 1:5-7).
El beneficio más hermoso es el del mayor enriquecimiento espiritual de todos los miembros de la Iglesia. Es innegable que el gobierno teocrático-bíblico-congregacional, es el único que facilita de manera plena y dentro de la libertad bíblico-cristiana, el ejercicio y desarrollo de todos los dones actuales del Espíritu Santo, y la madurez espiritual del renacido:
“Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es vano.” (1Co. 15:58).
“Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor;” (Fil. 2:12).
“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo.” (1Co. 3:1).
“Hermanos, no seáis niños en el sentido, sino sed niños en la malicia: empero perfectos en el sentido.” (1Co. 14:20).
“Que ya no seamos niños fluctuantes, y llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que, para engañar, emplean con astucia los artificios del error:” (Ef. 4:14).
Los buenos pastores deben esforzarse en el trabajo espiritual que ayude a todos sus hermanos a ir adquiriendo la estatura y vigor espirituales, en la línea del ejemplo del apóstol Pablo en Col 1:28 “El cual nosotros anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando en toda sabiduría, para que presentemos a todo hombre perfecto en Cristo Jesús” (comp. Heb. 5:14). Estos son los creyentes que necesitamos para mantener la proclamación del puro Evangelio de Jesucristo con un testimonio de santidad y fidelidad. Hombres y mujeres fieles, apartados de toda especie de mal para vivir ocupados en su salvación y para ser idóneos en la transmisión de la sana doctrina.
Sería una gran bendición contar con una membresía de ese “calibre” espiritual, es lo que todo ministro querría para su Iglesia. Entonces ¿por qué no lo tenemos? Por un lado, porque hemos dejado las pautas y método de Dios para hacer las cosas a nuestra manera. Por otro lado, porque la carnalidad, el viejo hombre de todos y cada uno de nosotros necesita mayores y más intensas experiencias crucificiales.
“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre juntamente fue crucificado con él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6).
“Por lo cual, consolaos los unos a los otros, y edificaos los unos a los otros, así como lo hacéis.” (Ts. 5:11).

1 comentario:

Unknown dijo...

me gusta tu comentario por el valor y sinceridad personal y biblica a la hora de hablar de los que lideran la iglesia. Yo he dejado de creer en el ministerio de pastor, evangelistas, apostoles, etc y he pasado a verlo como la funcion pastoral, la función evangelistica, la función profetica, es decir no creo en el puesto ni cargo de pasto sino en la función pastoral que deben ejercer los ancianos, diaconos y todo maduro de la iglesia sobre los inmaduros