Una vez notada la injusticia de la libre iniciativa humana (que soporta serios reproches Escriturales), desligada más o menos parcialmente de las reseñas bíblicas, necesitamos fijar cual es la voluntad de Dios acerca del gobierno de su Iglesia.
La autoridad de Dios sobre su Iglesia
En los capítulos precedentes ya hemos mostrado decididamente que únicamente Dios tiene toda la autoridad sobre su Iglesia. Es la Iglesia integrada por todos sus redimidos, aquellos que han sido dados por el Padre al Hijo (Jn. 6:37-40; 10:26-30; 14:8-26), que han sido lavados de sus pecados por la sangre que el Hijo derramó sobre la cruz (Ap. 1:5) y que han sido renacidos y sellados con el Espíritu Santo (Jn. 16:7-15; Ef. 1:13). Los salvados, como resultado de la obra de las tres Personas de la Santísima Trinidad, tenemos la morada del Dios Trino que nos ha hecho suyos ejerciendo sus capacidades ilimitadas y exclusivas: ha sabido y ha podido salvarnos. Estas capacidades le hacen seguir sintiéndose responsable de sus redimidos después de haber consumado la obra de la salvación: por cuanto el Dios Trino sabe y puede conducir a su Iglesia, debe hacerlo para librarla de accidente y extravío. Por eso no nos ha dejado en manos de terceros, lo cual hubiera supuesto su inhibición en esas capacidades ilimitadas y exclusivas. El tiene de manera exclusiva la autoridad de la capacidad responsable: es decir, en su autoridad de legítimo Soberano por ser el Creador y Salvador, está incluida la autoridad que le confiere el mantener de manera ininterrumpida e inmutable la responsabilidad activa que le reclaman sus capacidades ilimitadas y exclusivas. El Dios tres veces santo está exento de la más mínima irresponsabilidad.
El hecho de que nos haya dado capacidades sobrenaturales por medio de los dones del Espíritu Santo y que nos haya dado ciertos hombres nacidos de nuevo “como dones” a la Iglesia, así considerados porque desempeñan importantes oficios espirituales, no significa que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se hayan retirado a una posición de espectadores para contemplar con indolencia nuestros aciertos y desatinos. No: si Dios tiene hijos, ha de poder ejercer directa y plenamente como Padre; si Dios tiene ovejas, ha de poder ejercer directa y plenamente como Pastor; si Dios tiene un Cuerpo, ha de poder ejercer directa y plenamente como Cabeza: si Dios tiene siervos ha de poder ejercer directa y plenamente (no parcialmente), como Señor. Admitiendo que Dios realizará esta actuación directa y plena, la mayoría de las veces por medio de sus siervos, también debemos enfatizar que esos siervos no deben impedirnos de acudir directamente a Dios buscando de El su más completa ayuda, enseñanza, guía, etc.
Por eso el hombre o los hombres que se atreven a intervenir, por propia iniciativa, en el que debe ser gobierno exclusivo de Dios (tanto en la esfera personal, como también en la eclesial), se les puede reprochar que en alguna medida, intentan ocupar el lugar de Dios en Su gobierno pleno y directo sobre todos y cada uno de Sus hijos-ovejas-miembros-siervos. Estos hombres se equivocan de “practicidad”, pues incurren en un intento de restringir el ejercicio pleno de las capacidades del Padre-Pastor-Cabeza-Señor al parcializar, en la medida de su intervención, el que debiera ser gobierno absoluto de Dios.
Cuando, desde nuestro punto de vista humano, queremos ser prácticos estableciendo un sistema de gobierno que nos evite posibles pérdidas de tiempo, explicaciones interminables, esperas innecesarias, enfrentamientos carnales, corrección de errores colectivos, críticas de los que opinan pero no hacen, impedimentos injustificados, etc.; lo que por comparación hacemos realmente, es aquello de: “…Y ponían límite al Santo de Israel.” (Sal. 78:41b), porque no estamos creyendo posible la obra poderosa de Dios en sus hijos. Esto es todo lo contrario de ser práctico; nunca es positivamente práctico actuar en contra de la voluntad de Dios, esto es negativamente práctico, es el “pragmatismo” sin fundamento bíblico y no sometido a la suprema autoridad del único y exclusivo SEÑOR de la Iglesia. El tiene de manera exclusiva la autoridad del todopoder ilimitado.
Por nuestra parte, tampoco nos podemos conformar a una contradicción más, la contradicción de reconocer y aprobar las características espirituales de la Iglesia, reveladas en el Nuevo Testamento, para después dejarlas en una alejada esfera teórica, sin posibilidad de concreción completa en la realidad práctico-experimental de los miembros de esa Iglesia. Ya hemos dicho que la organización espiritual (no carnal) de la Iglesia local, debe posibilitar la realización práctica, y de manera plena en el tiempo y en el espacio, de todo cuanto Dios nos ha hecho en Cristo, según la manifestación de Su amor, sabiduría y poder. El tiene de manera exclusiva la autoridad de los atributos divinos, es la autoridad que disponiendo con toda perfección de toda la dignidad propia del Ser de Dios, establece soberanamente la forma de gobierno genuinamente práctico.
“Y cuál aquella supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, por la operación de la potencia de su fortaleza, La cual obró en Cristo, resucitándole de los muertos, y colocándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado, y potestad, y potencia, y señorío, y todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, mas aun en el venidero. Y sometió todas las cosas debajo de sus pies, y diólo por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,” (Ef. 1:19-22).
“Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en todos vosotros.” (Ef. 4:5-6).
Referencias Bíblicas para el gobierno de la Iglesia
Frente a los que enseñan y practican diferentes formas de gobierno “bíblicas” (según entiende cada Denominación), y en contra de quienes pretenden que en las Escrituras no encontramos una forma concreta de gobierno para la Iglesia, humildemente afirmamos que los apóstoles plantaron Iglesias en cuya organización aplicaron los principios espirituales enseñados por su Señor y Maestro, principios que ya hemos discernido.
Ya hemos dicho también que la Iglesia se ha apartado de las sencillas verdades del Nuevo Testamento, ahora añadimos que necesita volver a ellas. Es fácil fijarse en los ejemplos de la Iglesia en Jerusalem, en Corinto, en Efeso, y es fácil fijarse en las prácticas y enseñanzas de la autoridad apostólica relacionadas con las Iglesias que nacían al principio de la presente dispensación de la gracia o edad de la Iglesia.
La cita hecha anteriormente sobre Diótrefes (3Jn. 9-11), evidencia el rechazo apostólico, y rechazo del Señor, al enseñoreamiento eclesiástico. Sobre el particular podemos acompañar la consideración de la alabanza a la iglesia en Efeso, según Ap. 2:6, contrastada con el reproche a la iglesia en Pérgamo, según Ap. 2:15. A falta de mayor información, es muy razonable entender los hechos y doctrina de los “Nicolaítas” como doctrina practicada por los “señores del pueblo”, que es el significado de la palabra griega, o sea, es una doctrina política según la cual unos toman señorío sobre otros.
El mandato apostólico de: “Y no os conforméis a este siglo; mas reformaos por la renovación de vuestro entendimiento, para que experimentéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Ro. 12:2); junto con “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.” (1Jn. 2:15); nos obliga a desechar no solo los espectáculos, vicios, vestimenta, música, etc., del mundo... también nos obliga a desechar las formas de gobierno del mundo, las formas de gobierno mundanas.
La instrucción apostólica en 1Co. 14:26-31: “¿Qué hay pues, hermanos? Cuando os juntáis, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación: hágase todo para edificación. Si hablare alguno en lengua extraña, sea esto por dos, o a lo más tres, y por turno; mas uno interprete. Y si no hubiere intérprete, calle en la iglesia, y hable a sí mismo y a Dios. Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si a otro que estuviere sentado, fuere revelado, calle el primero. Porque podéis todos profetizar uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados.”; además de Ro. 12:6-8, tienen el propósito de promover la participación espiritual de todos los miembros de la Iglesia en el culto cristiano y en la vida plena de la Iglesia (dentro del orden espiritual), lo cual reclama a cada uno responsabilidad espiritual que exige crecimiento espiritual. Estos textos nos indican la forma práctica de facilitar el desempeño pleno del sacerdocio cristiano, la participación activa de todos los miembros del Cuerpo y el ejercicio de los diferentes dones del Espíritu; todo para la mutua edificación de los unos a los otros.
La autoridad apostólica confirma su sometimiento a la Autoridad del Señor al someterse a la Autoridad de las Sagradas Escrituras: “Si alguno a su parecer, es profeta, o espiritual, reconozca lo que os escribo, porque son mandamientos del Señor.” (1Co. 14:37). El apóstol Pablo no esgrimió su autoridad personal reclamando obediencia a su persona, sino que autenticó la autoridad de sus instrucciones por ser éstas mandamientos del Señor, no mandamientos suyos (comp. Hch. 15:15 “como está escrito”, frase en multitud de citas bíblicas).
El gobierno Teocrático-Bíblico-Congregacional
Por Teocrático entendemos el gobierno de Dios, quien únicamente ostenta el legítimo señorío sobre su Iglesia, señorío que no ha delegado a ninguno de sus siervos.
Por Bíblico entendemos que Dios hace efectivo su gobierno por medio de la autoritativa Palabra de Dios, a la que deben someterse todos los miembros de la Iglesia sin excepción. David W. Cloud escribió: “Un Fundamentalista es un creyente nacido de nuevo que… juzga todas las cosas por la Biblia y él es juzgado únicamente por la Biblia”.
Por Congregacional entendemos que todos los miembros en comunión de la Iglesia local tienen el derecho y la responsabilidad de participar en las resoluciones habituales (no solo en las extraordinarias), que afectan a la vida de la Iglesia.
Dado que tanto los pasajes bíblicos como su argumentación teológica ya los hemos recorrido ampliamente en lo que hace a los conceptos de Teocrático y Bíblico no seguiremos insistiendo especialmente en ello. Seguidamente nos queremos fijar en el aspecto del gobierno Congregacional, es decir, la participación y aportación espiritual y responsable en la toma de decisiones, de todos los miembros de la Iglesia local; entendiendo que ella es completamente autónoma del resto de Iglesias locales:
Hch. 1:15-26. El apóstol Pedro presenta la necesidad de designar el sustituto de Judas. Esta propuesta la dirige, no a un selecto grupo reducido, sino a “la compañía junta como de ciento y veinte en número” y cita el requerimiento del Sal. 109:8. Tras buscar la guía del Señor (comp. Núm. 26:55 y Prov. 16:33), aceptaron lo que el Espíritu Santo decidió. Aunque es una experiencia anterior a Pentecostés también es plenamente válida por cuanto los apóstoles están poniendo en práctica las instrucciones del Señor Jesús desde el primer momento.
Hch. 6:1-7. Ante un problema producido en la Iglesia de Jerusalem, vemos a “los doce” (apóstoles) que “convocaron la multitud de los discípulos” (más de ocho mil personas, caps. 2:41,47; 4:4 y 5:14) y les propusieron la designación de los primeros siete diáconos. “Y plugo el parecer a toda la multitud”; después los apóstoles les impusieron las manos en reconocimiento del nombramiento por el Espíritu Santo.
Hch. 11:27-30. Ante otra necesidad material “los discípulos” en Antioquía decidieron enviar ayuda a los hermanos en Judea.
Hch. 13:1-4. Ministrando al Señor los profetas y doctores de la Iglesia en Antioquía, el Espíritu Santo separó a los misioneros que El determinó, aprobados y despedidos por la Iglesia. Era necesario iniciar una nueva etapa en el ministerio que los creyentes no habían percibido, pero puestos en las manos del Señor, El manifestó su voluntad y proveyó los obreros necesarios.
Hch. 15:1-32. En esta ocasión debía resolverse una trascendente cuestión doctrinal. Tras ser considerada por el “Consejo” de la Iglesia en Jerusalem, “los apóstoles y los ancianos”, el apóstol Pedro presenta una argumentación Escritural corroborada por la experiencia de Bernabé y el apóstol Pablo. A continuación Jacobo atendiendo a la autoridad de la Palabra de Dios, propone una resolución que “pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la Iglesia,…” escribir una carta que decía: “Nos ha parecido, congregados en uno, elegir varones, y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto sus vidas por el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Así que, enviamos a Judas y a Silas, los cuales también por palabra os harán saber lo mismo. Que ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias…”
1Co. 5:1 a 6:7. Al tratar cuestión de disciplina en la Iglesia por un grave pecado, el apóstol Pablo sigue la misma práctica que en los casos citados en Hechos. Leemos en el v.4: “En el nombre del Señor nuestro Jesucristo, juntados vosotros y mi espíritu, con la facultad de nuestro Señor Jesucristo.” No era algo a considerar en privado y una vez resuelto por los dirigentes comunicado por éstos al resto de la Iglesia. Se trata de una orden de Pablo estableciendo, según su autoridad apostólica, la resolución que debían adoptar obligatoriamente (v. 5). Esto debía ser atendido por toda la Iglesia asistida “con la facultad” (dunamis = poder, potencia), “de nuestro Señor Jesucristo”, o sea, las cuestiones en la Iglesia no deben ser resueltas por los hombres ni con las capacidades de los hombres, sino asistidos con el poder del Señor, que está presente, para reconocer la voluntad del Señor (comp. 1Co. 14:37).
Después, acerca de los conflictos entre creyentes, que no deberían darse, establece que no deben ser llevados ante la justicia, deben ser resueltos en la Iglesia (comp. Mat. 18:15-17).
2Co. 2:1-11.- Igualmente es la Iglesia la que debe restaurar al disciplinado.
2Tes. 3:13-15.- También es la Iglesia la que debe apartar y amonestar al hermano que desobedece no a la “autoridad” personal, sino a la Autoridad Apostólica que permanece vigente en el Nuevo Testamento.
Es innegable que la práctica apostólica coincide y es confirmada con la enseñanza apostólica que, a su vez, está en armonía con la enseñanza autoritativa del Señor Jesús. En el Nuevo Testamento ni se enseña ni se aprueba el gobierno humano de carácter unipersonal, ni colegiado, ni de urnas, ni asambleario: El gobierno es el del Espíritu de Cristo, actuando en todos los miembros de la Iglesia, sometidos a El y a su Palabra, para guiarlos a reconocer la voluntad del Señor de manera unánime.
En el Nuevo Testamento las decisiones no son impuestas por las mayorías sobre las minorías. Las decisiones las toma el SEÑOR y CABEZA, quien las da a conocer a todos sus miembros, quienes deben reconocerlas y ejecutarlas. Es lo propio de la vida de un cuerpo sano, en el cual la cabeza ordena una acción y todos los miembros, recibida la información, proceden con perfecta unanimidad a ejecutar la orden recibida.
La voluntad de Dios para sus hijos es que, sometidos a sus mandamientos, experimentemos la unanimidad, como expresión visible de la autenticidad de nuestro testimonio del Evangelio:
“Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste. Y yo, la gloria que me diste les he dado; para que sean una cosa, como también nosotros somos una cosa. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean consumadamente una cosa; que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como también a mí me has amado.” (Jn. 17:21-23).
“Unánimes entre vosotros: no altivos, mas acomodándoos a los humildes. No seáis sabios en vuestra opinión.” (Ro. 12:16).
“Mas el Dios de la paciencia y de la consolación os dé que entre vosotros; seáis unánimes según Cristo Jesús; para que concordes, a una boca glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, sobrellevaos los unos a los otros, como también Cristo nos sobrellevó, para gloria de Dios.” (Ro. 15:5-7).
“Os ruego pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.” (1Co. 1:10).
“Resta, hermanos, que tengáis gozo, seáis perfectos, tengáis consolación, sintáis una misma cosa, tengáis paz; y el Dios de paz y de caridad será con vosotros.” (2Co. 13:11).
“Solícitos a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Un cuerpo, y un Espíritu; como sois también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación: Un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en todos vosotros.” (Ef. 4:3-6)
“Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo; si algún refrigerio de amor; si alguna comunión del Espíritu; si algunas entrañas y misericordias, cumplid mi gozo; que sintáis lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien en humildad, estimándoos inferiores los unos a los otros: No mirando cada uno a lo suyo propio, sino cada cual también a lo de los otros.” (Fil. 2:1-4).
“Y finalmente, sed todos de un mismo corazón, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables”. (1Pe. 3:8).
Según Juan cap. 17, el Señor nos ha hecho partícipes de la misma unidad que tiene la Santísima Trinidad (porque la oración del Hijo obediente forzosamente debe ser respondida positivamente), y según la enseñanza apostólica eso significa que podemos y debemos pensar todos una misma cosa, sentir lo mismo, amar lo mismo, compartir un mismo parecer, hablar todos lo mismo, esto es gozar de la unanimidad, ser unánimes según Cristo Jesús. Esta era la vivencia normal de la Iglesia primitiva (ver Hch. 1:14; 2:1; 2:46; 4:24; 4:32; 5:12), es la vivencia normal que muchos hemos experimentado en el S. XX y es la vivencia que debemos procurar con solicitud.
Esta es la única forma de gobierno bíblica. En ninguno de sus extremos está copiada del mundo. Para el mundo es una utopía y para muchos cristianos un misticismo ajeno a la realidad, pero la Biblia dice: “Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente.” (1Co. 2:14).
viernes, 16 de febrero de 2007
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