El Señor Jesucristo es el mismo Dios del A.T., y aunque a lo largo de la historia ha tratado con el hombre dándole responsabilidades diferentes, siempre lo ha hecho manteniendo su misma voluntad, carácter y designio; como está escrito: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” (Heb. 13:8). Así es que cuando ha de establecer los valores que normarán la organización del organismo viviente que es su Iglesia: “…y sobre esta piedra edificaré mi iglesia…” (Mat. 16:18), ciertamente lo hará sin incurrir en contradicciones ni con su carácter ni con su soberanía. Y además, hemos de poder comprobar, que en el tema del gobierno de la Iglesia, la Biblia también mantendrá la unidad inquebrantable de la Palabra de Dios.
El principio de no tomar los valores del mundo
Hasta aquí venimos comprobando como Dios mismo, a través de mediadores, ha instruido, dirigido, cuidado y juzgado a su pueblo Israel; sin dejarlo nunca y cumpliendo todos sus propósitos que apuntaban hacia su obra redentora por medio del sacrificio de su Hijo Unigénito sobre la cruz del Gólgotha.
Precisamente, la encarnación del Dios eterno, en la persona del Mesías Jesús de Nazaret, trae un gran cambio: en aquel momento era el mismo Verbo humanado (identificado como el Siervo de Jehová), que estaba revelando directamente la voluntad de Dios, sin la mediación de otros siervos, sino que El personalmente desarrollaba su magisterio indiscutible y soberano. El Señor Jesucristo tiene legítimo derecho de establecer por Sí mismo cómo ha de ser la Iglesia que resultará del trabajo de su alma (Is. 53:11), y el derecho de organizarla es exclusivamente suyo. A nosotros nos corresponde ejercer la fe obediente que pone por obra sus pautas.
Así es que el Señor organizará a su Iglesia atendiendo a su carácter de Dios de orden que ama la decencia (1Co 14:40). Esa decente y ordenada organización ha querido dejarla explícitamente registrada en su Palabra para que sus redimidos no erremos cometiendo la indecencia de trastocar su orden, lo cual resulta en la confusión del desorden. Así el Señor y Maestro fijó el siguiente principio de no mundanalidad: “Entonces Jesús llamándolos, dijo: Sabéis que los príncipes de los Gentiles se enseñorean sobre ellos, y los que son grandes ejercen sobre ellos potestad. Mas entre vosotros no será así; sino el que quisiere entre vosotros hacerse grande, será vuestro servidor” (Mat. 20:25-26).
El Señor Jesús nos presenta un modelo de gobierno bien conocido, es el propio de todos los Estados de este mundo. Cualquiera sea su organización, bien con un poder muy concentrado, o bien con el poder más repartido; siempre hay unos pocos dignatarios que tienen la facultad de generar y/o modificar el cuerpo de leyes a las que la totalidad de ciudadanos deben sujetarse, so pena de ser sancionados. O sea, hay una diferencia de posición: unos mandan (con más o menos privilegios, comp. Mat. 17:25-27), y otros deben obedecer para la obtención del mayor bien común.
Pero éste es el modelo que no debemos seguir porque es el modelo del mundo, el cual es el “orden” organizado por el diablo. Y la Iglesia (Ekklesia), está integrada por aquellos que han sido llamados afuera del mundo (paradigma de desorden e indecencia espirituales, y de todo tipo), y que aunque estamos en el mundo, no obstante ya no somos del mundo (Jn. 15:19). Y además los cristianos debemos estar muertos para el mundo y el mundo debe estar muerto para nosotros (Gál. 6:14). Sería lamentable que los cristianos insistiéramos en repetir el mismo perverso pecado de Israel, que en su inicua rebelión dijo resueltamente: “Y nosotros seremos también como todas las gentes…” (1Sam 8:20).
Significado bíblico de ejercer potestad sobre otros
La Escritura nos ilustra muy bien qué es aquello a lo que el Señor Jesucristo se refiere cuando dice: “…los príncipes de los Gentiles se enseñorean sobre ellos, y los que son grandes ejercen sobre ellos potestad.”. Esta ilustración está recogida en uno de los encuentros del Señor, en las palabras que le dirige el oficial romano como expresión de su fe, en Mat. 8:9: “Porque también yo soy hombre bajo de potestad, y tengo bajo de mí soldados: y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.” El enseñoreamiento y la potestad consisten en determinar lo que al entender del dirigente conviene hacerse, cómo y cuándo conviene hacerlo y a continuación, cursar las órdenes precisas a los que están por debajo de él, los cuales por causa de la supeditación a su jefatura deberán obedecer sin discutir sus órdenes.
El principio del servicio: Una Iglesia de siervos, no de señores
Pero a esto el Señor Jesucristo dice: “Mas entre vosotros no será así; sino el que quisiere entre vosotros hacerse grande, será vuestro servidor”. O sea, por un lado la orden del SEÑOR es: ¡”entre vosotros no será así”!, lo que quiere decir que ninguno de entre nosotros está autorizado para mandar y ser obedecido según el modelo del mundo; al contrario, todos estamos desautorizados para esa conducta mundana.
Y, por otro lado, el SEÑOR pone el énfasis en la grandeza del servicio, no en la grandeza del mando. Servidor = diakonos, que incluye entre sus significados el de subordinado, el que está a las órdenes de otro, el servidor de un rey. Sin duda este es un concepto diferente para la autoridad en la Iglesia de Dios: es la autoridad que tiene el que sirve ocupando el último lugar (Mr. 9:33-35). Es un planteamiento diametralmente opuesto al del mundo, donde las autoridades ocupan el primer lugar y son servidas. Y con esto coincide la palabra de Fil. 2:3b “…estimándoos inferiores los unos a los otros”.
El Señor Jesús, como el Siervo de Jehová, sabía muy bien el contenido y alcance de esas instrucciones porque El mantenía su carácter servicial en perfecta santidad, mansedumbre y humildad. Y había afirmado su rostro hacia Jerusalem, donde culminaría su servicio sacrificial cuando nos sirvió ofreciéndose por el Espíritu eterno como el Cordero que sacrificó el Padre sobre el altar de la cruz. ¡Bendito servicio de la Santísima Trinidad!: “Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Y yo soy entre vosotros como el que sirve.” (Luc. 22:27)
“Así que, después que les hubo lavado los pies, y tomado su ropa, volviéndose a sentar a la mesa, díjoles: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis, Maestro, y, Señor: y decís bien; porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el apóstol es mayor que el que le envió.” (Jn. 13:12-16).
El servicio del amor sacrificial
“Este es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos.” (Jn. 15:12-13).
Otra orden del SEÑOR es que nos amemos unos a otros siguiendo el modelo, su modelo, que El mismo nos muestra por medio de sus hechos redentores, hechos por los que reconocemos indiscutiblemente que Jesús nos amó de obra y en verdad (comp. 1Jn. 3:18). El suyo fue un servicio de amor sacrificial, el mayor amor, el amor del santo, justo, sin pecado, sin engaño que dio su vida por los pecadores (quienes gustan ser señoritos enseñoreadores). Y a nosotros pecadores, ¡nos consideró sus amigos!: “Vosotros sois mis amigos, si hiciereis las cosas que yo os mando.” (Jn. 15:14), ¿defraudaremos esa confianza? Los amigos del Señor-Siervo ya no debemos seguir siendo grandes y superiores entre nosotros, ahora debemos aceptar el honor de ser servidores inferiores.
Armonía del carácter del Señor Jesús
Esto coincide con el carácter del SEÑOR y con su consecuente “sistema” u “ordenamiento jurídico” para la Iglesia de Dios: “…y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón….”. “Así que, cualquiera que se humillare como este niño, éste es el mayor en el reino de los cielos” (Mat. 11:29; 18:4).
El manso Cordero de Dios y Siervo humilde, después de su completa humillación fue exaltado a lo sumo y alcanzó el mayor nombre (Fil. 2:5-11), lo cual hace bien patente que lo que enseñó doctrinalmente lo confirmó enseñándolo experimentalmente, para que así nosotros, después de reflexionar intelectual y espiritualmente estas verdades, aprendamos por la ilustración de Su propio ejemplo cual debe ser la aplicación de la doctrina en nuestra vida de servicio al Señor, sirviéndonos los unos a los otros.
El principio del señorío único del Señor Jesucristo
“Mas vosotros, no queráis ser llamados Rabbí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo; y todos vosotros sois hermanos.” (Mat. 23:8).
Este es otro texto importante; otra orden del SEÑOR, según la cual entendemos que El ha determinado no compartir con ningún hombre su legítimo señorío sobre su Iglesia.
El Señor, sabiendo lo que hay en el corazón del hombre a causa de la inoculación venenosa de la serpiente antigua, por la que fue mordido en el Edén; esto es, la tendencia al endiosamiento egocentrista, entre otras abominaciones; “hablando a las gentes y a sus discípulos” les propone considerar otro modelo mundano, el modelo de las “autoridades religiosas” del momento (comp. Prov. 27:19).
Los escribas y los fariseos aparecían como los sabios de la Ley, pero ahora “el hijo del carpintero”, los pone al descubierto mostrando la hipocresía de los privilegios que en su pretendida superioridad se habían concedido a sí mismos (comp. Luc. 18:10-14). Su objetivo (en general) no era el servicio espiritual a su nación, por el contrario, aquí son expuestos buscando la admiración y honra de los hombres entre los que ocupaban “los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas”, mientras tomaban placer en ser reconocidos con la aureola del título de mayor prestigio: Rabbí = “mi maestro” (título respetuoso para dirigirse a maestros judíos). Esto les daba protagonismo, los hacía importantes, los mantenía en lugares de influencia y, de esa forma, eran merecedores de diversos honores.
En este punto es cuando el SEÑOR ordena enfáticamente: “Mas vosotros, no queráis ser llamados Rabbí,…”, expresión que nos recuerda el “entre vosotros no será así” de Mat. 20:26, pero ahora reforzado con el mandamiento de rechazarlo. ¿Por qué?, porque aquello es el modelo, el sistema, el “orden” de este mundo consistente en darse la gloria los unos a los otros, de lo que resulta un complicado impedimento para creer y obedecer la Palabra del Señor: “¿Cómo podéis vosotros creer, pues tomáis la gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que de sólo Dios viene?” (Jn. 5:44).
El Señor Jesús sigue hablando con total claridad y establece: “…porque uno es vuestro Maestro, el Cristo;…”. El Señor no comparte su autoridad en el magisterio (comp. Mat. 7:29). El es el Maestro de maestros y lo que estos enseñen en la Iglesia de Cristo (Ro. 12:6-8), debe ser acorde con la enseñanza del Maestro de todos, y, la enseñanza de los maestros es susceptible de ser juzgada sea quien sea el enseñador (1Co. 14:29). El apóstol Pablo entendió bien esto, como lo pone de manifiesto cuando escribiendo a Timoteo le dice: “Empero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido” (2Tim. 3:14).
En el plano humano, Timoteo era discípulo del apóstol Pablo, quien como buen maestro está dirigiendo su atención al Maestro, que enseña con la autoridad del que hace resplandecer la verdad con una doctrina acorde con su carácter y sus hechos porque es el Señor (Mat. 7:28-29).
El principio de la igualdad
Y finalmente, establece otro principio fundamental en la organización de su Iglesia: “… y todos vosotros sois hermanos.” De lo cual se desprende que el Señor nos concede a todos y a cada uno, una posición de igualdad, igualdad, digamos de rango. Es decir, que el Fundador, Fundamento y Edificador de la Iglesia de Dios, el Señor Jesucristo, es quien por su santa y amorosa voluntad, la organiza sin jerarquías. Lo que quiere decir que no hay en su Iglesia más Señor que El. Jesucristo es el único Señor y todos los miembros de su Iglesia somos siervos, y sus hermanos, entre los que El es el Primogénito (Ro. 8:29; Heb. 2:11), y somos hermanos entre nosotros. Compartimos la misma fe, la misma naturaleza divina, la morada del mismo Espíritu de Dios, hemos sido lavados de todos nuestros pecados con la misma preciosa sangre del Señor Jesús, todos participamos del mismo sacerdocio real. Nuestras nuevas criaturas no conocen de diferencias de dignidad entre los hijos de Dios.
De otro modo, seríamos arrastrados a regirnos por otro modelo mundano, el de un ejército, la autoridad militar: en el ejército hay una cadena de mando, en la cual las diferentes graduaciones superiores (los “mandos”), tienen potestad sobre las graduaciones inferiores. Así cada oficial, de acuerdo a su rango en el escalafón, está autorizado a emitir ciertas órdenes que sus inferiores deben acatar sin discusión.
Esta disciplina es imprescindible en un ejército, pero la Iglesia de Dios es un ente muy diferente y tanto el Señor Jesús como sus apóstoles, nos dejaron constancia de una “disciplina” muy diferente para el buen funcionamiento espiritual de la Iglesia de Dios. Esta es una “disciplina” que no está ligada a los hombres, quienes somos todos igual de inferiores (comp. Fil. 2:3, en la Iglesia de Cristo es imposible encontrar superiores), es la “disciplina” ligada a la obediencia de la Palabra de Dios, en dependencia del Dios de la Palabra. Esta es la “disciplina” con la que todos estamos obligados, independientemente del lugar que ocupemos en la Iglesia.
jueves, 15 de febrero de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario