jueves, 15 de febrero de 2007

6 Jesucristo resucitado es el Señor

En este breve capítulo, deseamos mantener la continuidad del principio del “Señorío único del Señor Jesucristo”. Ya ha quedado lícitamente puesto el fundamento de que el Señor fijó los parámetros de la organización de su Iglesia, y que en esa organización tan solo El se reconoce el Señor y Maestro.
Esto fue así antes de su muerte expiatoria y vicaria sobre el altar de la cruz. Pero después de su gloriosa resurrección, aquella verdad aún es más afirmada, o, afirmada de manera más terminante.
Cuando el Señor nos encarga la llamada “gran comisión”, a la que se debe prestar toda atención (comp. 1Sam. 15:22), nos dejó dicho: “Y llegando Jesús, les habló, diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y doctrinad a todos los Gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mat. 28:18-20).
El SEÑOR nos dio un mandamiento, una orden, en base a SU potestad, esta potestad es exclusiva y universal. La recibió porque, después de dejar su gloria en el anonadamiento, y hallado en su humanidad perfecta, retuvo la autoridad espiritual no cediendo a la tentación diabólica:
“Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento de tiempo todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí es entregada, y a quien quiero la doy: Pues si tú adorares delante de mí, serán todos tuyos. Y respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: A tu Señor Dios adorarás, y a él solo servirás” (Luc. 4:5-8).
El Señor conocía que su Padre le había ordenado un reino que no es de este mundo (Luc. 22:29 comp. Jn. 18:36) y cuyo derecho de legítima soberanía tan sólo podía obtenerlo acudiendo a la cita del Calvario. Este reino tiene la grandeza de la santidad, la justicia, la felicidad; donde todos los súbditos son reyes y sacerdotes. Estos siervos que reinaremos con El somos la heredad que El admira como hermosa (Sal. 16:6). Ante toda esta belleza, la potestad y gloria de los reinos de la tierra, no es que palidecen, es que ya ni aparecen.
Y esa “toda potestad” significa que el único SEÑOR es el Eterno, el Todopoderoso (Ap. 1:8), Quien habiendo vencido a la muerte, al dejarnos el mandamiento, también nos deja una maravillosa promesa sobrenatural: “…yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
El solo Dios verdadero, que tiene la absoluta potestad universal y vive para siempre y es omnipresente (Jn. 3:13) y es inmutablemente fiel (2Tim. 2:13), es perfectamente apto para llevar a cabo personalmente la realización completa de todas las funciones propias de su potestad. El solo, sin necesidad de ninguna ayuda humana, es suficiente, es capaz para dar las órdenes, velar por su cumplimiento y obrar todo el bien que necesite su Iglesia.
Por eso tampoco ha dejado escrito en el Nuevo Testamento, que comparta ni que delegue su autoridad a ningún descendiente de Adam en ningún lugar. Sin contradicción con los principios establecidos para la ordenada organización de su Iglesia, se presenta como depositario exclusivo de la potestad que le permite regir por Sí mismo su reino espiritual como legítimo y permanente Rey de reyes (1Tim. 6:15).
Se nos hace muy claro que el Señor resucitado, que vive y está con nosotros; el único que tiene todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col. 2:3), teniendo toda la potestad y todo el poder no incurrirá en el desacierto (dicho esto con temor y reverencia), de entregar cuotas de potestad a aquellos de cuyo corazón sale insensatez contaminadora (Mr. 7:21-23), de lo cual no hemos quedado exentos los salvos por la gracia de Dios. Máxime cuando El tiene sobrada capacidad, sin límites, para alimentar, guiar, sobreveer, enseñar y aconsejar a su amada Iglesia.
No somos capaces de encontrar ninguna razón útil y digna de alabanza, por la cual el Señor Jesús se situara en un segundo plano y confiara a ciertos renacidos el ejercicio de una potestad personal que resuelve las cuestiones e impone sus decisiones al resto de renacidos, quienes las deben recibir, con toda confianza, como venidas del Señor.
Afirmamos, de conformidad con las Sagradas Escrituras, que el Señor Jesús es Señor las veinticuatro horas del día, todos los días del año, en todo lugar, todos los años de nuestra vida; a lo largo de la cual, como vivo de entre los muertos, nos acompaña siempre en todo lugar para guiarnos y socorrernos en todos los avatares que nos suceden, al tiempo que intercede por nosotros sentado a la diestra de Dios (Ro. 8:34 y Heb. 10:12), por cuanto su sacrificio fue acepto. Todos nosotros debemos ejercitarnos en la práctica de aprender a depender de El, buscándolo con todo el corazón en oración y ruego para recibir: su guía en las decisiones de nuestra vida; su ayuda en nuestras necesidades de toda índole; su sabiduría en nuestras relaciones fraternales, sociales, familiares, laborales; su consuelo en nuestras tristezas; su consejo en el desempeño de nuestras responsabilidades; etc.
“Por tanto nosotros también, teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos, dejando todo el peso del pecado que nos rodea, corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta, Puestos los ojos en al autor y consumador de la fe, en Jesús; el cual, habiéndole sido propuesto gozo, sufrió la cruz, menospreciando la vergüenza, y sentóse a la diestra del trono de Dios. Reducid pues a vuestro pensamiento a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, porque no os fatiguéis en vuestros ánimos desmayando.” (Heb. 12:1-3).
Nuestra tendencia natural es buscar la ayuda de hombres con conocimientos especializados, con influencias, con recursos, dotados de solvencia espiritual; y aunque reconocemos que esto es lo más cómodo, humanamente hablando, si nos ha faltado la guía del Señor no siempre obtendremos los mejores resultados. Debiéramos temer que al sustituir al Señor que no vemos por el hombre que está delante de nuestros ojos, en lugar de encontrar soluciones nos sean añadidos nuevos problemas y complicaciones. Además esa “comodidad”, que es negligencia espiritual, es un importante ingrediente de ese caldo de cultivo en el que se alimentan aquellos que gustan de demostrar su autoridad interviniendo en la vida privada de los hijos de Dios, prestándoles ciertas ayudas que muchas veces les permite conocer detalles íntimos que posibilitan algún control sobre las vidas que debiera controlar totalmente el único Señor.
“Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí en las nubes del cielo como un hijo de hombre que venía, y llegó hasta el Anciano de grande edad, e hiciéronle llegar delante de él. Y fuéle dado señorío, y gloria, y reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron; su señorío, señorío eterno, que no será transitorio, y su reino que no se corromperá.” (Dan. 7:13-14).

No hay comentarios: