viernes, 16 de febrero de 2007

13 Conclusión

En general, los cristianos evangélicos no afirman que el gobierno de la Iglesia sea una doctrina fundamental, sino que la consideran una doctrina secundaria o distintiva; pero lo cierto es que en la práctica es una cuestión muy sensible, sobre la que aquellos que reclaman su “autoridad pastoral” no admiten desacuerdos ni cuestionamientos, llegando a ser un tema intocable sobre el que no hay posibilidad de reconsideración y estudio. O sea, en la práctica, el reconocimiento y acatamiento de la “autoridad pastoral” se convierte, muchas veces en un “artículo de fe fundamental” acerca del cual cualquier discrepancia puede llegar incluso a hacer imposible la convivencia.
Por eso, a lo largo de nuestro desarrollo, nos hemos esforzado por considerar y contestar los argumentos que nos presentan habitualmente aquellos que tienen interés en mantener la supuesta “autoridad divina” como un valor que reside actualmente en ciertas personas (pastor y ancianos). Creemos haberlo hecho de manera objetiva, imparcial, y acudiendo con rigor y sinceridad al Texto Bíblico, para extraer del mismo la enseñanza sobre los conceptos involucrados en toda la verdad que queremos practicar, con relación a esa parte tan importante de nuestra relación fraternal, como es el gobierno de la Iglesia, gobierno que tiene como resultado el sometimiento de todos a Dios.

“…la suma acerca de lo dicho es…”
Retomando las diferentes conclusiones establecidas parcialmente a lo largo de este trabajo, podemos reunirlas en el siguiente resumen:
- Desde la antigüedad los hombres de Dios ejercieron una autoridad de carácter espiritual y subordinada a Dios, que es la única Persona en quien reside eternamente la autoridad soberana, y que Dios ha plasmado en leyes que todos los hombres debemos obedecer, y autoridad que no ha delegado en ningún hombre.
- El deseo de Dios es que cada hombre ordene su vida dependiendo directamente de su Creador y Salvador, y que no lo aparte a El para poner en su lugar la “autoridad” de un hombre. Que aprendamos a acudir a Dios para obedecer sus mandamientos y así evitar el desorden que es propio del mundo (1Sam. 15:22). La autoridad de la Palabra de Dios es suprema para todos los hombres, cuya supuesta “autoridad” personal queda muchas veces descalificada por la autoridad espiritual de los siervos de Dios.
- El Señor Jesucristo, quien es el Dios eterno revelado en carne, expresó su voluntad en Mat. 16:18: “...edificaré mi iglesia…”. Ese pronombre posesivo le confiere pleno derecho como único Señor de su Iglesia, a la que quiso organizar de una manera diferente al modelo que sigue el mundo. Todos los salvados por el servicio sacrificial de la Santísima Trinidad en la cruz del Calvario hemos sido hechos esclavos suyos (doulos, en griego), para que sirviéndole a El nos sirvamos los unos a los otros.
- Jesucristo resucitado tiene todo el poder y todas las capacidades, con toda perfección en todos sus atributos divinos, cuyo ejercicio mantiene inmutablemente con perfecta responsabilidad hacia todos y cada uno de sus redimidos. Todo lo cual lo ha legitimado para establecer su Iglesia como un organismo vivo de carácter espiritual, al cual gobierna directamente, porque El es el Señor y Maestro, Primogénito entre muchos hermanos, Fundamento, Cabeza, Esposo, Pastor y Obispo. Organismo en el que todos los salvados disfrutamos por igual de la dignidad de hijos de Dios; la dignidad de siervos suyos, libertados plenamente por El para que vivamos para El; la dignidad de reyes y sacerdotes, dotados con dones del Espíritu. Por todo lo cual, en su Iglesia no deben haber jerarquías (Mat. 20:25-26), y debe ser limpiada de formas de gobierno humanas que favorecen la carnalidad, la mundanalidad, la división, el sectarismo y la acepción de personas.
- La forma bíblica de gobierno, definido como Teocrático-Bíblico-Congregacional, evita enseñoreamientos y posibilita la satisfacción espiritual en las relaciones fraternales; con un mayor enriquecimiento espiritual de todos los creyentes, y mayor provecho de la obra de Dios.
- El hecho de tomar el significado de los vocablos griegos en su sentido natural, y en armonía con la enseñanza novotestamentaria general, nos libra de contradicciones doctrinales, aportándonos luz complementaria sobre los siervos del Señor, el servicio que deben realizar y las cualidades de ese servicio.

Los siervos y su servicio
Los pasajes bíblicos directamente relacionados con las cualificaciones, oficio y dignidad de los pastores, ancianos u obispos, nos enseñan que estos tres términos refieren al mismo oficio espiritual, señalando los tres aspectos que integran dicho oficio, ver Hch. 20:17 y 28, donde el apóstol Pablo enfatiza la finalidad fundamental del trabajo de estos siervos, consistente en un atento apacentamiento del rebaño, que es propiedad del Señor Jesús.
En la misma línea, el apóstol Pedro ruega a los ancianos en 1Pe. 5:1-5, no como apóstol que quisiera imponer una “autoridad” mayor, jerárquica, sino de una manera humilde, como un anciano más entre iguales: “…Apacentad la grey de Dios… teniendo cuidado de ella… voluntariamente… de un animo pronto; y no como teniendo señorío sobre las heredades del Señor, sino siendo dechados de la grey…” El énfasis está en el servicio (otra vez “apacentar”), la calidad de ese servicio y la responsabilidad de una enseñanza visual, mediante el claro ejemplo de las virtudes cristianas. Acaba exhortando a los jóvenes para que se sujeten a los ancianos y que todos los miembros de la Iglesia, desestimando la soberbia y siguiendo la humildad sean sumisos unos a otros (comp. Ro. 12:10 y Ef. 5:21). Al respecto, debemos estar de acuerdo en que la enseñanza general del NT es que todos seamos humildes y que todos nos honremos unos a otros y que todos nos sujetemos unos a otros; cuando estos principios generales los aplicamos a una relación específica (por ej. anciano-oveja), esa aplicación particular no invalida el principio general como si los pastores ya no deban honrar a sus hermanos y ya no deban sujetarse a ellos. El pastor, como oveja que es, debe honrar a las otras ovejas y viceversa, como co-iguales. Como “pastor”, las otras ovejas le deben honrar como a tal, sin que esto excluya lo anterior. Cuando un hijo de Dios establece la verdad bíblica, independientemente del don divino que tenga, todos los hijos de Dios, pastores y no pastores, debemos sujetarnos “a él” porque, en realidad estaremos sujetándonos a la Palabra de Dios, y así estaremos obedeciendo a Dios. De igual manera contemplamos la obediencia a nuestros pastores según Heb. 13:17 (comp. 1Co. 16:15-16).
Recordamos que la acción de presidir (proistemi, en 1Tes. 5:12 y 1Tim. 5:17), es una cuestión de organización para poner y mantener el orden que conviene en las actividades de la Iglesia; y no está de más, enfatizar que presiden “en el Señor”, o sea, sujetos a la Autoridad y conduciéndonos a la sujeción a esa Autoridad. Y la acción de gobernar (kybernao, en 1Cor. 12:28), refiere a mantener el rumbo dentro de la trayectoria espiritual que recorremos en nuestra peregrinación hacia la patria celestial.
En cuanto a las cualificaciones espirituales que las Escrituras exigen de manera inexcusable a los obispos o ancianos, según 1Tim. 3:1-7 y Ti 1:5-11, son características que el Señor quiere que tengamos todos sus hijos, como comprobaremos en el estudio del NT. Se trata pues, de que estos oficiales, que ocupan una posición pública, tengan las cualidades espirituales con las que edificar eficazmente y representar dignamente a la Iglesia de Dios, sobre todo por razón de la trascendencia que puede tener para el testimonio cristiano la acción pública de hombres que enseñando y predicando “las virtudes del siglo venidero” (comp. Heb. 6:5), mostraran una forma de vivir carnal. Consecuentemente, esas cualidades no los convierten forzosamente en hombres exclusivos, ni más aptos, ni más espirituales que el resto de cristianos; antes bien, son exigencias inexcusables para acreditar que han sido escogidos por el Señor para realizar un servicio tan básico como delicado.
Además, añadamos lo que es evidente: que en toda la Escritura no hay un solo lugar en que se inste a los siervos de Dios para reclamar o exigir la obligada obediencia a su persona. El mandato del Señor es que nosotros nos sometamos y obedezcamos voluntariamente a la instrucción espiritual de esos esforzados obreros de Cristo.

La realidad de nuestros días
Consideramos realmente pertinente poner al alcance de todos nuestros hermanos en Cristo estas consideraciones porque, como hemos dicho, adquirir el concepto bíblico correcto acerca de la autoridad en la Iglesia, y concedernos su consecuente práctica en el gobierno de la misma, nos dará la satisfacción espiritual que deseamos en nuestras relaciones fraternales.
Desde luego esto requiere un serio compromiso con el Señor, de profunda y consecuente espiritualidad práctica en nuestra vida cristiana. Pero, en general, lo que hallamos es justamente lo contrario: la mayoría de creyentes vivimos inmersos en la obtención de placeres, los disfrutes de diversiones mundanas, preocupados por los reclamos del materialismo y muy limitados por la atención de las “necesidades” físicas y temporales. Esto es causa de una mínima participación en “los trabajos del Evangelio” (comp. 2Tim. 1:8), por parte de creyentes con el carácter poco santificado y con raquítico desarrollo espiritual, a veces escondido detrás del “decorado” de ciertas apariencias formales.
Esto provoca una situación bastante generalizada de condiciones personales en conflicto con las demandas que nos hace la Palabra del Señor. Conflictos personales que también alcanzan a la vida de las iglesias locales con la manifestación de muchas obras de la carne (ver. Gál. 5:19-21), y ante este panorama, muchos pastores están optando por la solución de imponer una firmeza personal (forzando una supuesta justificación bíblica), para mantener controlada la situación. Otros “pastores” sencillamente encuentran en este ambiente la condición propicia para establecer su posición autoritaria de mando, que tiende a degenerar en un enseñoreamiento abusivo con prácticas de manipulación; prácticas que les permiten “gobernar” la iglesia con la mentalidad de que es una propiedad suya de la cual disponen por sí mismos como mejor entienden, para obtener los propósitos que ellos se han fijado y que ensalzan sus personas.

Honrando, ayudando y obedeciendo a nuestros pastores
Finalmente queremos confirmar, despejando toda duda al respecto, que nuestra práctica y enseñanza está decididamente comprometida para honrar y obedecer a nuestros pastores, según el correcto concepto bíblico que ya hemos explicado.
Efectivamente nosotros creemos que estos siervos del Señor y servidores nuestros, merecen nuestro mayor respeto y aprecio por el hecho de ser instrumentos en manos del Señor y porque muestran de manera ejemplar el buen carácter cristiano caracterizado por el fruto del Espíritu (ver Gál. 5:22-23), acompañado de las hermosas virtudes cristianas propias de las cualificaciones espirituales que los distinguen.
Ese respeto aún es más solemne, si cabe, cuando vemos que realizan su ministerio con abnegación, soportando muchas veces el gran esfuerzo de atender un trabajo secular con el que mantener honradamente su familia. Otras veces soportan la carga de una enfermedad y otras adversidades, a pesar de lo cual mantienen su labor espiritual. En algunos países han padecido y aún padecen persecución. Otras veces tienen que resistir intentos por comprometer su independencia y libertad cristianas.
A estos obreros de Jesucristo los tenemos en la mayor consideración y estima por causa de su obra fiel al Señor, que resulta en nuestro beneficio espiritual (1Tes. 5:12-13, comp. 1Co. 16:18). Ellos son dignos de ser honrados con nuestro reconocimiento y gratitud, además de ser honrados con el salario para su sostenimiento económico, cuando han sido encomendados por la Iglesia para trabajar únicamente (“a tiempo completo”) en la obra de Dios (1Tim. 5:17-18 comp. Gál. 6:6).
Nosotros debemos ser imitadores de estos buenos ejemplos, cuyos éxitos alientan nuestra vida cristiana. Y debemos acceder dócilmente a la enseñanza bíblica con la que nos persuaden cuando nos guían a vivir agradando al Señor. Esta es una forma práctica e inteligente de ayudarlos para que nos sirvan con alegría y el máximo provecho para todos. Los hijos de Dios nunca debiéramos ser motivo de su gemir, por agravar la carga de su servicio con nuestra terca resistencia carnal (Heb. 13:7 y 17).
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad.” (2Tim. 2:15).
La Iglesia del S. XXI está muy necesitada de la mayor abundancia de esta autoridad espiritual.
Amados hermanos, con atención, temor y reverencia aceptemos la exhortación y admonición de nuestro Dios, que en su Palabra nos ha dejado escrito:
“¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido.”
(Is. 8:20)
“…y los sabios de la ley, desecharon el consejo de Dios contra sí mismos…” (Lc. 7:30)

12 Inconvenientes y ventajas

A la luz de lo expuesto reconocemos con agrado nuestro deber cristiano, propio de la piedad cristiana, de someternos (comp. Ef. 5:21 y 1Pe. 5:5), y obedecer a aquellos hermanos que sometidos al Señor, El los pone delante nuestro para apacentarnos y guiarnos con todo el Consejo de Dios (comp. Hch. 20:27). Estos son fieles siervos de Cristo que establecen la autoridad de la Palabra de Dios y nunca su pretendida “autoridad” personal (a veces no dispuesta a someterse a la Autoridad divina), cuando es la Autoridad divina la que legítimamente ha establecido la forma de gobierno de la Iglesia y los principios espirituales relacionados con el mismo. Estos son siervos dotados por el Señor, que nos recuerdan y reflexionan los mandamientos del Señor con un razonamiento absolutamente bíblico; éstos son dignos de ser honrados con nuestra obediencia, respeto y apoyo, porque nos están dirigiendo a alimentarnos de la Palabra del Señor para obedecer al Señor, al que también ellos están obedeciendo. Esto es muy distinto de exigirnos obediencia a los dictados de su persona.
Más allá de este concepto bíblico sobre el sometimiento y obediencia a los hombres dotados por Dios con el don de pastor, cualquier obediencia ciega, confianza absoluta y sometimiento incondicional, acarreará más tarde o más temprano importantes inconvenientes y tropiezos a la vida espiritual de los cristianos y de la Iglesia cristiana.

Problemas del pastorado monárquico (individual y plural)
Son varios e importantes los problemas o inconvenientes que aparecen al conformarnos a una forma de gobierno eclesiástico basado en la supuesta “autoridad” personal de unos sobre los demás.
Desde luego en algún grado, esa pretendida “autoridad” personal es objeto de un desarrollo, que necesita proteger la persona del pastor o anciano u obispo. Según ese desarrollo, aunque se reconoce la posibilidad de que el pastor se equivoque, sin embargo en la práctica esa posibilidad es ignorada y nos esforzamos por presentar un pastor “sin defecto” (esto va más allá de que sea irreprensible), entonces nos vemos obligados a obviar los normales errores que se dan en todos los mortales: no nos atrevemos a mostrar desacuerdo con su opinión, con su decisión, con su organización, con su gestión. Todo ha de estar bien, por lo cual tememos que plantear el menor interrogante podría originar un malestar.
A continuación, necesitamos extender la perfección del pastor a la familia del pastor. Tanto él como los miembros de su familia viven bajo la presión de tener que mostrar públicamente una imagen impecable. Entonces surge el esfuerzo por “proteger” especialmente el testimonio de la esposa e hijos, con el peligro de encontrarnos encubriendo manifestaciones carnales.
Por supuesto que este “cuidado” que tenemos hacia el pastor y la familia del pastor no lo tenemos hacia el resto de miembros de la Iglesia, con los que solemos mostrarnos más descuidados en prodigarles atenciones y/o excusarles y justificarles posibles anormalidades espirituales. Incluso puede resultar conveniente subrayar, hacer notorio, recalcar imperfecciones de otros para que así resalte aún más la aparente excelencia del pastor y la familia del pastor.
Bíblicamente esto se llama hacer acepción de personas (Deut. 16:19; Pr. 28:21; Ro. 2:11; Stgo. 2:1 y 9). En este contexto, esa acepción de personas es un pecado colectivo, todos están participando activa o pasivamente, hay una connivencia en la comisión del pecado. Por lo que esa “dinámica” así instalada, arraigada y alimentada, obliga a aceptar la superioridad de los deseos y conveniencias pastorales.
Cuando ese pastor se sabe seguro en esa posición especial, conociendo que sus ovejas confían en que él puede “ver” ahora ciertas cosas que pasan inadvertidas para ellas y que ya las “verán” más adelante, a pesar de que tienen el Espíritu Santo, se atreve a desarrollar aquellas prácticas que caracterizan a las sectas destructivas. O sea el siguiente problema o inconveniente es el peligro del surgimiento y desarrollo de características sectarias.
Alguien dijo: “Una señal segura de que estamos en presencia de una secta, es que su autoridad máxima en asuntos espirituales descansa en algo distinto de las Sagradas Escrituras”.
Las características sectarias más manifiestas son: Los “líderes” insisten reiterando y enfatizando la autoridad que ellos tienen y que debe ser obedecida sin discusión alguna porque, dicen: “yo soy el pastor”. Este “yoismo”, propio de un “ego” no crucificado, lo defienden torciendo el texto de Heb 13:17 “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como aquellos que han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no gimiendo; porque esto no os es útil“. Con la idea equivocada de que ellos darán cuenta a Dios de lo que hagamos los “sometidos” a ellos al obedecerlos, nos exigen obediencia ciega e incondicional. Esto es anti-bíblico porque anula aquel principio de nuestra responsabilidad individual y tuerce la Escritura que está emplazándolos para que atiendan con el mayor cuidado el ejercicio de su ministerio. De lo que habrán de dar cuenta es de su responsabilidad personal, de cómo nos han servido: con qué honestidad bíblica y ética, fidelidad y entrega al Señor, denuedo espiritual, amor, etc., han desarrollado su labor pastoral.
Nosotros tenemos la responsabilidad de ayudar con nuestra obediencia a aquellos pastores que ministran según el concepto concluido al principio de este capítulo. Pero también tenemos la obligación de desobedecer a los que nos quieren imponer su mandato personal no justificado bíblicamente, tal como establece la autoridad apostólica: “Y respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres.” (Hch. 5:29).
Cuando esa posición autoritaria está consolidada, el pastor se siente legitimado para juzgar subjetivamente supuestas intenciones ocultas de acciones ingenuas, a cuyos autores acusa de estar comprometiendo su ministerio. A las explicaciones que le dan les aplica una reinterpretación maliciosa y cuando no le dan la razón los juzga como rebeldes, e incluso profiere amenazas.
Además se atreve a ignorar y contravenir la definición de doctrinas y prácticas escritas en los Estatutos oficiales de la Iglesia (la “línea” del pastor viene a ser la “línea” de la Iglesia), para hacer prevalecer los criterios personales que en cada momento pueda tener él, según sienta la guía del Espíritu. Esto último es sumamente peligroso porque quedamos a expensas de una “autoridad” que viciada con un subjetivismo egocéntrico nos impondrá sus deseos personales, que abrigan fines egoístas, y esto esgrimiendo una supuesta guía del Espíritu Santo, que en realidad es la acción engañosa de la vieja naturaleza carnal (comp. Sal. 32:2).
El “líder” que ha ido tan adelante en ese proceso de la carnalidad, vive bajo el temor de que los creyentes piensen en todas estas cosas. Quiere que ni tan siquiera las conozcan y mucho menos que las piensen. Le asusta tener que afrontar una situación en que personas que piensan por sí mismas les lleven la contraria y comprometan sus planes (Ef. 6:14; Fil. 4:8; Heb. 5:14).
Finalmente, todo esto desemboca en que esa clase de “líder” necesita controlar todo lo que pasa. Desarrolla una “mentalidad tendente a dominar y manipular la conciencia de la gente para obtener algo de ella” (citado del libro “Pastores que abusan”, por Jorge Erdely, www.sectas.org). En este mismo libro, dicho autor escribe: “Las formas en que una organización religiosa o un ministro cristiano pueden ejercer control y enseñorearse sobre sus congregantes por lo general se resumen en dos: métodos de manipulación y doctrinas autoritarias.
Los métodos de manipulación son formas o maneras de presionar a la gente y llevarla a hacer lo que quieren. Las doctrinas autoritarias son enseñanzas, a veces mezcladas con perversiones de conceptos cristianos o versículos bíblicos, que tienen el objeto de provocar una especie de lavado de cerebro; un severo adoctrinamiento que puede lograr que las personas dejen de utilizar su razón, inhiban su capacidad de decisión propia y lleguen a llenarse de un temor supersticioso al líder. Esto dará por resultado que los miembros de una organización se sometan incondicionalmente a sus líderes en varias áreas y les obedezcan a veces hasta en sus más mínimos caprichos.
Estos dos puntos, los métodos de manipulación, y las doctrinas autoritarias, son la gran clave para detectar a tiempo cuando estamos frente a un pastor, líder, sacerdote, organización o secta explotativa.”
“Cuando alguien no puede ejercer su ministerio, basado en la verdad, en el servicio amoroso y en la honestidad, necesita recurrir al uso de la manipulación y a un sistema de gobierno autoritario para imponerse sobre las conciencias de las personas y poderlas controlar.”
En conexión con este peligro de la manipulación, debemos considerar la práctica de “llamamientos” continuos para creyentes al final de las predicaciones. En el Nuevo Testamento no encontramos esta práctica ni tampoco la forma como se lleva a cabo: con el pretexto de proteger la intimidad de los que van a responder públicamente al llamamiento, nos invitan a cerrar los ojos “en actitud de oración”, mientras, el predicador sigue reclamando insistentemente, presionando psicológicamente, una decisión inmediata, “in situ” de la voluntad; no está orando y no estamos acompañando una oración pública con la que nos identificamos.
Esto viene a parar en que ejercen una influencia psicológica de la mayor importancia, porque nos acostumbran a escuchar al hombre con la misma confianza con que oramos a Dios. Es una práctica extra-bíblica que da la posibilidad cierta de manipular las conciencias acostumbrándolas aún más a someterse a los requerimientos de la “autoridad personal”.
La referencia bíblica que debemos contrastar al respecto es Ro. 12:1 “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro racional culto.” Aquí Dios nos insta a que como resultado del ejercicio de nuestra libre y reflexiva racionalidad, ilustrada por la misericordia divina manifestada en la cruz, donde fue clavado el cuerpo de Cristo en sacrificio expiatorio y vicario (del cual vino la Iglesia que es su Cuerpo), tomemos la decisión de presentar nuestro cuerpo (y con él toda la vida), de manera definitiva, de una vez y para siempre (como indica la forma verbal del original griego en modo aoristo). Nuestra presentación o dedicación al Señor es un acto que incluye todo el ser, para toda la vida. No hay lugar a rededicaciones parciales.
Siguiendo con las características sectarias, Erdely nos advierte: “Es común que aunque en la Biblia la rebeldía se define como el acto de desobedecer los mandamientos de Dios, los dictadores religiosos llamen rebeldes a los que se salen de debajo de su sistema de control. Esto es sólo un método de manipulación para presionar a la gente y no debe tomarse en cuenta, pues en la Escritura, Dios llama rebeldes exclusivamente a aquellos que desobedecen los preceptos éticos divinos…”
También, esos supuestos rebeldes, son identificados con la oposición diabólica a la obra de Dios, tal como se desprende, según ellos, del ejemplo de los amigos de Job a los que califican como instrumentos de Satanás oponiéndose a aquel siervo de Dios.
Y ¡atención!, porque el resultado final, cuando estos métodos están infiltrados y consentidos en la práctica eclesiástica, es que tenemos el riesgo de que también se “cuelen” a través de los dirigentes (“líderes”), las intenciones malsanas de disponer de personas ingenuas y confiadas, a las que utilizarán con astucia y según su conveniencia, para conseguir ciertos objetivos ambiciosos que exalten aún más el protagonismo del pastor.
Mientras tanto, este “pastor” (¿?), es aprobado por sus seguidores en todas sus actuaciones: pase lo que pase, haga lo que haga, sigue disfrutando de la confianza de esos seguidores que incluso justifican evidencias de carnalidad. Es como si viniera a gozar de infalibilidad e inmunidad espirituales (nos llega a parecer que lo que los protestantes le negamos al papa de Roma por abominable, se lo concedemos al pastor). Es la gran puerta abierta a todo tipo de abusos y desaguisados en la Iglesia: se pueden dar y quitar ministerios; se pueden promover procesos disciplinarios; se puede privar de servicio y aún separar de la membresía a los “disidentes”; se pueden romper noviazgos, matrimonios y familias; se pueden volver a los hijos contra los padres, se puede disponer de los fondos económicos sin autorización previa, se pueden introducir desviaciones doctrinales, etc.
Parece que últimamente esta “autoridad” viene siendo aún más reforzada con la idea de que el pastor, en quien supuestamente reside la autoridad, ejerce la misma autorizando y desautorizando a otros para las funciones que él estime oportunas, al margen del parecer del resto de la membresía.
En esta línea de “autoridad que autoriza”, nos llama la atención un concepto de lo más novedoso. En estos días estamos oyendo referirse al matrimonio del pastor como “los pastores”. Aunque entre fundamentalistas, esto no significa todavía que se reconoce a un pastor y a una pastora si que nos hace pensar en lo que la práctica nos muestra: es la colaboración entre el pastor y su esposa, de forma que ella es autorizada por él para desarrollar autoritariamente ciertos ministerios, en los que su opinión puede ser impuesta sobre sus colaboradores (varones incluidos), y solamente cederá a la opinión del pastor, que es la que prevalece sobre todos. Parece que se nos está induciendo subliminalmente a aceptar una cierta “autoridad” delegada de la esposa del pastor.
En Fil. 3:2, leemos “…guardaos de los malos obreros…”. Tenemos la responsabilidad de mantenernos bien despiertos para no aceptar ni tolerar estas desviaciones mundanas del más puro cristianismo novotestamentario, que favorecen obreros incompetentes. Son tiempos peligrosos de abundante y variopinta apostasía como efecto de la multiplicación de la maldad propia de los últimos tiempos. Al apartarnos de las sencillas verdades del Nuevo Testamento aparecen personas que hasta pueden llegar a ver “posibilidades de negocio” aprovechándose de las facilidades que da el “acomodamiento” de buena parte del rebaño. ¡Atención!, ese “guardaos” nos advierte de que estamos ante un peligro cierto, no es una posibilidad remota el que podamos caer en manos de “malos obreros”, sino que es una posibilidad próxima. Ante la advertencia de este peligro cierto, consumado muchas veces durante la historia de la Iglesia, sería imprudente y temerario conformarnos con una confianza somnolienta que nos llevará a ser devorados sin que hayamos visto venir al lobo.
“Y guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas de dentro son lobos rapaces.” (Mat. 7:15).

Beneficios del sistema bíblico
Practicar responsablemente la forma de gobierno teocrático-bíblico-congregacional tiene de entrada, el beneficio de librarnos del enseñoreamiento de un “liderazgo” abusivo, que instala en la Iglesia el conflicto y la tensión de forma permanente.
Tiene el beneficio de librarnos del sufrimiento que por sí mismas causan las prácticas manipuladoras y autoritarias; además del sufrimiento añadido por las obras de la carne incluidas en las intrigas, que aquellas prácticas llevan aparejadas. Son sufrimientos innecesarios (comp. 1Pe. 2:19-20).
Tiene el beneficio de evitar reproches entre “partidos”, no hay lugar para éstos porque todos los miembros asumen la misma decisión. En el caso de una decisión equivocada nadie puede señalar a otro como culpable.
Tiene el beneficio de proteger la unidad de la Iglesia, evitando divisiones que la mayoría de veces son provocadas por incompatibilidades personales.
Tiene el beneficio de liberar a los pastores de un exceso de cargas y contar con más y mejor colaboración, lo cual resulta en mayor fruto de su labor ministerial (comp. Hag. 1:5-7).
El beneficio más hermoso es el del mayor enriquecimiento espiritual de todos los miembros de la Iglesia. Es innegable que el gobierno teocrático-bíblico-congregacional, es el único que facilita de manera plena y dentro de la libertad bíblico-cristiana, el ejercicio y desarrollo de todos los dones actuales del Espíritu Santo, y la madurez espiritual del renacido:
“Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es vano.” (1Co. 15:58).
“Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor;” (Fil. 2:12).
“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo.” (1Co. 3:1).
“Hermanos, no seáis niños en el sentido, sino sed niños en la malicia: empero perfectos en el sentido.” (1Co. 14:20).
“Que ya no seamos niños fluctuantes, y llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que, para engañar, emplean con astucia los artificios del error:” (Ef. 4:14).
Los buenos pastores deben esforzarse en el trabajo espiritual que ayude a todos sus hermanos a ir adquiriendo la estatura y vigor espirituales, en la línea del ejemplo del apóstol Pablo en Col 1:28 “El cual nosotros anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando en toda sabiduría, para que presentemos a todo hombre perfecto en Cristo Jesús” (comp. Heb. 5:14). Estos son los creyentes que necesitamos para mantener la proclamación del puro Evangelio de Jesucristo con un testimonio de santidad y fidelidad. Hombres y mujeres fieles, apartados de toda especie de mal para vivir ocupados en su salvación y para ser idóneos en la transmisión de la sana doctrina.
Sería una gran bendición contar con una membresía de ese “calibre” espiritual, es lo que todo ministro querría para su Iglesia. Entonces ¿por qué no lo tenemos? Por un lado, porque hemos dejado las pautas y método de Dios para hacer las cosas a nuestra manera. Por otro lado, porque la carnalidad, el viejo hombre de todos y cada uno de nosotros necesita mayores y más intensas experiencias crucificiales.
“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre juntamente fue crucificado con él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro. 6:6).
“Por lo cual, consolaos los unos a los otros, y edificaos los unos a los otros, así como lo hacéis.” (Ts. 5:11).

11 Vocablos del original griego relacionados

Cuando hemos intentado dialogar y compartir fraternalmente la verdad bíblica que venimos exponiendo, verdad que asumimos con plena convicción, hemos recibido como breve respuesta (cuando la hemos tenido), la aportación de los conocidos textos bíblicos relacionados con las prerrogativas y responsabilidades de los obispos, ancianos o pastores; y en estos textos la atención se centra en los vocablos del original griego, según los cuales pretenden asegurarnos lo bíblico de sus planteamientos en cuanto a que “el pastor está un peldaño por encima de la congregación” y “tiene la última palabra en las decisiones de la Iglesia”, dicen que “igual que el padre de familia en el hogar”. Desde luego este último paralelismo queda sin justificación bíblica; y es que la Iglesia es una cosa, y otra cosa diferente es el hogar o el ejército o el Estado. Tomar el ejemplo de nuestras relaciones con ellos para ilustrar el gobierno de la Iglesia es un error.
Los textos bíblicos aportados son: Hch. 20:28; Ef. 4:10-13; Fil. 1:1; 1Tes. 5:12; 1Tim. 3:1-7 y 5:17-20; Ti. 1:5-11; Heb. 13:7, 17 y 24; 1Pe. 5:1-4.
Y a partir de ellos los vocablos “esclarecedores” son: “poimén” para pastor, que también se traduce así “hegoumenois” en la versión Reina-Valera; “presbýteros” para anciano; “epískopos” para obispo, y “proístemi” para presidir y gobernar.
Las interpretaciones que les asignan a estos vocablos las personas con las que hemos hablado, son las que mejor se acomodan al concepto preestablecido sobre la autoridad que quieren tener, sin atender al conjunto de la verdad bíblica y pasando por alto principios hermenéuticos básicos; consecuentemente, en sus conclusiones finales incurren en contradicciones con la verdad bíblica general.

Ordenando unas ideas previas
Personalmente no somos conocedores del idioma griego en el que fue escrito el Nuevo Testamento (excepto breves pasajes en arameo), por eso nos hemos auxiliado de varias obras de reconocidos eruditos, además de alguna consulta a hermanos que sí conocen el griego koiné.
De esa consulta constatamos que todas las palabras consultadas admiten varios significados, en función de los diferentes usos que se les daba.
Los vocablos que nos ocupan no fueron creados especialmente para su uso en el N.T., por el contrario ya existían, eran usados por autores clásicos de Grecia y eran utilizados con diferentes aplicaciones en la sociedad griega. Como todas las palabras, también éstas tenían un significado natural en su origen, y de aquí fueron derivando a significados especializados en diversos campos de la actividad humana.
Entonces, cuando aparece un nuevo uso aplicado a la nueva Iglesia de Dios, ¿cuál es el significado particular que debemos atribuirles? La hermenéutica bíblica nos impone aquel significado que no contradice la verdad general de la Revelación bíblica relacionada con la cuestión particular a la que están vinculados esos vocablos.

Los vocablos mencionados, en detalle
Poimén.- Esta palabra aparece una única vez en el N.T. para referirse a hombres dotados por el Espíritu Santo para realizar un pastoreo espiritual, es en el texto de Ef. 4:11. El resto de las veces refiere a pastores de ganado, y en Mat. 26:31; Jn. 10:11 y 14; Heb. 13:20 y 1Pe. 2:25 se aplica al Señor Jesucristo, “el gran Pastor de las ovejas” que dio su vida por ellas.
El Diccionario Expositivo de Vine (páginas 638 y 639) nos explica tres usos en el N.T.: el sentido natural, para uno que cuida manadas o rebaños; y un sentido metafórico atribuido a Cristo y a “aquellos que ejercen el pastorado en la Iglesia de Cristo (Ef. 4:11). Los pastores conducen tanto como apacientan la grey; cf. Hch. 20:28, que, con el v. 17, indica que este era el servicio encomendado a los ancianos (supervisores u obispos); lo mismo en 1Pe. 5:12: «apacentad la grey de Dios… cuidando de ella»; esto involucra un cuidado tierno y supervisión llena de atención”.
La Concordancia de Strong identifica la palabra con el número 4166 y dice “pastor (lit. o fig.)”.
El Compendio del Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, de Gerhard Kittel y Gerhard Friedrich, también nos da el sentido natural de pastor y añade que fue empleado por Homero y Platón en un sentido figurado como “guía, dirigente, caudillo”. Dice que “en Platón se perciben ecos religiosos cuando compara a los que gobiernan la ciudad-estado con los pastores, que cuidan de su rebaño…Porque el pastor de hombres es imagen del pastor y legislador divino”. Y añade que “en el antiguo oriente se aplicó muy pronto el título de pastor, como predicado honorífico, tanto a las divinidades como a los gobernantes. De forma estereotipada se emplea la expresión en las inscripciones regias de los sumerios, en el estilo palaciego de los babilonios, en los textos de las pirámides (textos de los muertos).”
Después cita el uso en Israel de su equivalente en hebreo, centrándose en las características del oficio de pastor. Y dice “únicamente Dios (Yahvé) es el pastor de su pueblo, Israel… El pueblo es el rebaño de Dios”. Sigue explicando la aplicación subordinada del término a los reyes de Israel, con una valoración negativa, de fracaso, en los discursos proféticos.
De toda esta información concluimos que el sentido que debe tener para los cristianos el uso del término pastor es el de un obrero dependiente del Señor Jesús, el gran Pastor, Príncipe de los pastores, propietario del rebaño que compró con su sangre preciosa; y la preocupación de esos obreros no debe ser el reconocimiento y acatamiento de su “autoridad” (a semejanza de la mundana e idolátrica en la antigüedad), su preocupación debe recaer en no ser déspotas sobre las heredades del Señor, antes deben esforzarse en servirlas de manera ejemplar “para que puedan pasar bien la prueba, cuando aparezca el Pastor supremo” (Kittel).
Lo espiritual es poner nuestra atención en las características del oficio del pastor de ovejas para incorporarlas en nuestro carácter cristiano, con los ojos puestos en el buen Pastor que da su vida por las ovejas, y así preocupados por el bienestar espiritual del rebaño (del que forman parte los cristianos-pastores, siendo ellos mismos ovejas también), protegerlo, defenderlo, cuidarlo, guiarlo, alimentarlo, buscar a los perdidos, etc.; con la mayor abnegación, honradez y espíritu de sacrificio.
La pretensión de un estudio no publicado que dice: “Poimén, traducido (a) Pastor = oficio de administrar o presidir. (b) Pastoreo; es errónea y tendenciosa, por eso después de citar Hch. 20:28; Ti. 1:5-7 y 1Pe. 5:1-4, establece su errada aplicación como “Un pastor puede ser descrito como uno que mira que las cosas hechas por otros se hagan correctamente; preside sobre la asamblea y enseña; protege, sobrevee y guía; dirige, gobierna, ordena y tiene autoridad sobre; administrador”. Este autor no ha sido capaz, tan siguiera, de reconocer el oficio, parece que confunde a un pastor con un ejecutivo moderno. Este es claramente un uso totalmente desviado del sencillo concepto bíblico y quizás grato al ecumenismo papista.
Esto es un claro ejemplo de prejuicio acompañado de ignorancia (quizás intencionada), para una enseñanza que engañará a los simples. Por eso debemos insistir en la importancia vital de que todos y cada uno de los cristianos bíblicos imitemos el ejemplo de los judíos de Berea (Hch. 17:10-11). ¡Hay que tener los ojos bien abiertos!.
Episkopos.- Esta es la palabra griega que se traslitera al castellano como “obispo” y señala al mismo oficio espiritual que “poimén” (Hch. 20:28).
El Diccionario Expositivo de Vine (pág.. 595), dice: “lit. supervisor (epi, sobre; skopeo, mirar o vigilar), de donde se deriva el término castellano episcopado, etc… Cristo mismo es señalado como «Obispo de vuestras almas» (1Pe. 2:25)”.
La Concordancia de Strong identifica la palabra con el número 1985, señalando las mismas raíces que Vine, define “superintendente, i.e. oficial crist. a cargo general de una (o la) iglesia (lit. o fig.):-obispo”. Y relaciona aquellas raíces con la palabra 1983 episkopéo, “supervisar, por impl., cuidarse, precaverse:-mirar (bien), cuidar.”
El Compendio del Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, de Gerhard Kittel y Gerhard Friedrich, (págs. 366 a 369), considerando episkopos en el conjunto del grupo de palabras derivadas de las mismas raíces, traduce “obispo” como la persona que se ocupa de “inspeccionar, vigilar, examinar, visitar, reparar en, observar, prestar atención”.
Dice que el contenido de estos vocablos “viene determinado por la actividad de ver o de prestar atención a algo o a alguien… la forma skopéo pone de relieve el carácter detenido y repetido de la acción…” Seguidamente hace referencia a los usos que hacían de la palabra Jenofonte, Platón, Homero, Píndaro en el sentido de “observar, inspeccionar, vigilar, controlar, censar, investigar, examinar”. De los vocablos derivados de la raíz ep-opt, dice “que en principio designan la simple observación y solo más tarde la vigilancia, en que incluye también un desvelo activo y responsable por aquello que es objeto de vigilancia”… “el sustantivo episkopos, vigilante, inspector, supervisor, se encuentra ya en Homero y sirve en primer lugar para caracterizar a una divinidad (p. ej. Artemisa de Efeso) que tiene la función de velar por el país o por los hombres que lo habitan…”
A partir de 1Pe. 2:25, comenta: “El hecho de que epískopos aparezca aquí junto a poimén, pastor, como ocurría ya en el AT (cf. Num. 27:16) y como ocurre por lo demás, repetidas veces con los verbos derivados de ambos radicales (cf. Hch. 20:28), no es algo fortuito, sino más bien la expresión de una comprensión bien definida del contenido de ambos vocablos: la vigilancia solo puede concebirse y ejercerse como una providencia, como una solicitud, como un desvelo amoroso, nunca como un dominio que busca el propio encumbramiento”.
Al igual que poimén, tampoco episkopos se utiliza en el NT como el título que designa un grado jerárquico, sino que en consonancia con los principios generales de la organización y gobierno de la Iglesia, este sustantivo refiere al oficio espiritual que deben desarrollar los obispos o pastores a favor de los hijos de Dios, caracterizado por el ejemplo de la supervisión del Dios del cielo que, en Cristo Jesús, nos visitó definitivamente sobre la cruz del Calvario para darnos salud. Define un servicio marcado por la observación, consideración repetida, detenida y atenta para proteger, socorrer, corregir, de manera solícita, con desvelo amoroso.
El hincapié del referido estudio no publicado, que insiste en el “obispo = ver que las cosas se hacen correctamente”, “superintendente” (persona a cuyo cargo está la suprema administración de un ramo), “que investiga, inspecciona, visita”; va detrás del uso que la sociedad pagana hacía de este término, para consolidar su afán de señorío sobre las heredades del Señor. El episkopos está situado en una posición más elevada a fin de poder ver las necesidades que debe atender sirviendo al pueblo del Señor, no para establecerse sobre, por encima de sus hermanos con el afán de controlarlos e imponer su jefatura.
Presbýteros.- Esta es la palabra griega que se traduce “anciano”, para referirse igualmente que poimén y epískopos (las tres son intercambiables), al mismo oficio espiritual de atender las necesidades, especialmente espirituales, de las personas.
El Diccionario Expositivo de Vine (pág.. 55), dice en el punto 4 “Se usa: (a) de edad, de cuál sea la más anciana de dos personas (Lc. 15:25), o entre más (Jn. 8:9 «el más viejo»); o de una persona entrada ya en años, con experiencia…” (b) De rango o posiciones de responsabilidad: (1) entre los gentiles, como en la LXX en Gen. 50:7; Num. 22:7; (2) en la nación judía, en primer lugar, aquellos que eran las cabezas o líderes de las tribus y de las familias, como en el caso de los setenta que ayudaban a Moisés (Num. 11:16; Dt. 27:1), y aquellos reunidos por Salomón; en segundo lugar, miembros del sanedrín, que consistían de los principales sacerdotes, ancianos, y escribas, conocedores de la ley judía (p. ej. Mat. 16:21; 26:47); en tercer lugar, aquellos que dirigían los asuntos públicos en las varias ciudades (Lc. 7:3); (3) en las iglesias cristianas aquellos que, siendo suscitados y calificados para la obra por el Espíritu Santo, eran designados para que asumieran el cuidado espiritual de las iglesias, y para supervisarlas… indicando presbuteroi su madurez de experiencia espiritual”.
La Concordancia Strong identifica la palabra con el número 4245, dice: “comparativo de présbus (anciano); más anciano; como sustantivo, anciano; espec. miembro del sanedrín isr. (también fig. miembro del concilio celestial), o «presbítero» crist.: -viejo, anciano, antiguo, mayor.”.
El Compendio del Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, de Gerhard Kittel y Gerhard Friedrich, (págs. 122 a 129), cita el uso de Homero, Herodoto, Eurípides y Aristóteles, relacionando con el presbítero las ideas de importancia, honor, respeto y autoridad “debido a su experiencia y sabiduría”. En la sociedad civil se les reconocía una dignidad a los mayores de 50 años (desde Esquilo); Sófocles emplea presbeúo “en el sentido de ocupar el primer lugar”. “Según eso, presbeía significa primeramente el derecho o la dignidad de los ancianos… y luego simplemente la dignidad, el rango”.
“De ahí que los vocablos de este grupo de palabras se utilicen asimismo para designar funciones institucionales de tipo social, para las cuales se exige, como presupuesto, la sabiduría del anciano: presbeúo se utiliza para designar la actividad del mensajero o enviado (embajador), el cual representa a la comunidad que le envía y negocia en lugar de ella”.
Como cristianos bíblicos, de toda esta información concluimos que para nosotros la importancia de los más ancianos radica en el valor de su experiencia y sabiduría espirituales acumuladas por medio del conocimiento bíblico adquirido, personas a las que se les reconoce honorabilidad por su trayectoria honesta, lo cual los habilita para presidirnos y ostentar nuestra representación.
Por las funciones de estos oficiales, se relacionan con ellos las palabras proístemi (presidir y gobernar), y kybernáo (gobernar). El sentido natural de proístemi es “colocar delante”, “estar de pie ante” –coinciden Vine, Strong, Kittel-, (ver 1Tes. 5:12 comp. 1Tim. 5:17), o sea, el anciano pasa al frente para conducir el orden de la reunión; no es que tenga el cargo ejecutivo de “presidente” para dirigir la vida de los miembros de su congregación todos los días del año.
El verbo kibernáo (1Cor. 12:28 comp. 1Tim. 5:17 –aquí gobernar es proistemi-), para describir su acción de gobierno es un término marinero, no político, que “originariamente se empleó para designar la actividad del piloto de una embarcación… Más tarde Platón aplicó este sustantivo al hombre de estado que gobierna y lo utilizó para designar su actividad (cf. la expresión corriente «la nave del estado»).” (Kittel).
Estamos hablando de un oficio espiritual consistente en cuidar de las almas apacentándolas con la Palabra de Dios; sobreveyéndolas atentamente para atender sus necesidades y gobernándolas en su trayectoria espiritual de peregrinos hacia la patria celestial. Oficio desempeñado por hombres capacitados por el don del Espíritu y con una buena experiencia espiritual y sabiduría de lo alto. Como pastor las apacienta, como anciano aconseja y conduce, como obispo sobrevee velando amorosamente.
Hegoumenois.- Esta es la palabra que se traduce “pastores” en Heb. 3:7, 17 y 24, que según nos dice Ernesto Trenchard, en su comentario a Hebreos (pág. 251) “es un participio procedente del verbo «egeomai», con el significado de «guiar», «señalar el camino» o «gobernar». El término es distinto de aquellos que emplean Pablo y Pedro –«ancianos», «sobreveedores» y «pastores»- para señalar a los guías que han sido puestos por el Espíritu Santo en las iglesias locales para cuidar del rebaño cristiano y llevarlo adelante en los caminos del Señor…”.
Vine, de acuerdo con ese significado natural, cita Lc. 22:26 donde la RV60 traduce “el que dirige como el que sirve”. También Mat 2:6 “un guiador que apacentará” tomando la profecía de Mi. 5:2 sobre el Señor Jesús (comp. Lc. 22:27).
La Concordancia Strong, en la palabra número 2233 dice: “dirigir, i.e. comandar, mandar (con autoridad oficial); fig. estimar, i.e. considerar, principal, creer, dirigir, entendido, estima, estimar, gobernador, guiador”.
El Diccionario Manual Griego-Español VOX, dice: “ir delante, ser guía, guiar a alguien, guiar en algo, guiar o dirigir el camino, conducir, dirigir algo o a alguien, mandar en, ser jefe de, los jefes o también los directores o guías…”
Y a continuación transcribimos las notas que un hermano nos ha hecho llegar, en las que selecciona algunas de las cosas que dicen otros autores reconocidos:

• A Greek English Lexicon of the New Testament and other early Christian literature. The University of Chicago Press, p. 314. Traducción al castellano de la obra en lengua inglesa.
“Hegeomai: liderar, guiar. “Ho hegoumenois” es dicho de hombres en cualquier posición de liderazgo (así es usado por Sófocles siglo V a.C. También usado por Polibius en el siglo II a.C., y por Diodorus Siculus en el siglo I a.C).
Término usado para referirse a la autoridad del príncipe, mandos militares y líderes de cuerpos religiosos.”.

Theological Dictionary of the Greek Language. Ed. G. Kittel. WM B Eerdmans Publising company, 1976, pp. 907-908. Traducción al castellano de la obra en lengua inglesa.
  1. Hegeomai (verbo) significa 1. liderar; 2. pensar, creer. [...]
  2. Hegoumenois (sustantivo) Mayormente en el plural, es usado de los líderes de la comunidad en Hebreos 13:7, 17, 24. La “comunidad” se divide obviamente entre aquellos que lideran y los que son liderados. En 13:17 estos son pastores responsables ante Dios. Dios les ha confiado los demás miembros de la comunidad, y por lo tanto estos les deben obediencia. Los “fundadores” de la comunidad, los cuales ya han fallecido, también se incluyen entre los hegoumenois, y son mostrados como ejemplos de fe (vs.7). La sujeción reverente a oficiales humanos con la autoridad pastoral dada divinamente se integra a la piedad cristiana. [...] Sujeción y respeto hacia ellos pertenece esencialmente a la piedad cristiana. En Lucas 22:26 los hegoumenois son comparados con el diakonon. En este caso los hegoumenois son exhortados a ser humildes. Hechos 15:22 llama a Judas y Silas “hegumenus en ton adelphois” hombres líderes entre los hermanos. (Nota del traductor: la Reina Valera traduce, “varones principales entre los hermanos”, la King James traduce “chief man among the brethren” o hombres principales).
La palabra hegoumenois también se puede usar para líderes no cristianos, grandes hombres, oficiales y príncipes. También se usa en la Septuaginta para referirse a líderes de la gente (Ezequiel 43:7). Parece que el término ha sido tomado por los cristianos de fuentes no cristianas (Sophocles Phil.,386; Polyb. passim).”

Evidentemente, nos seguimos encontrando con los diferentes usos de las palabras que fueron escogidas del lenguaje más popular por el Espíritu Santo, en su inspiración plenaria y verbal. Siguiendo la sana hermenéutica bíblica según 1Co. 2:13 “acomodando lo espiritual a lo espiritual”, estamos obligados a escoger el significado particular que no contradice la verdad general ya expuesta, del ordenamiento del Señor Jesús, sus órdenes de autoridad exclusiva prevalecen sobre o por encima de cualquier pretensión humana, que bien por ignorancia o bien por intereses prácticos decida escoger aquel uso mundano propio del ejercicio del poder estatal.
Esto es lo que tuvieron en cuenta Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, cuando nos dejaron traducido el texto de Hch. 14:12 como sigue: “Y a Bernabé llamaban Júpiter, y a Pablo, Mercurio, porque era el que llevaba la palabra”, donde “el que llevaba la palabra” es la traducción de hegoumenois. La “autoridad oficial” del siervo de Cristo reside en llevar la palabra de Dios y guiar con Ella, conduciendo a las almas a Cristo señalándoles el camino de la cruz; esta es la guía, dirección espiritual legítima. Nosotros no tenemos nada que ver con la autoridad de príncipes, mandos militares ni dirigentes de cuerpos religiosos, que se dan la gloria los unos a los otros: esto es lo propio del mundo putrefacto que produce náuseas a la virgen pura que es la Iglesia de Jesucristo (comp. Ap. 3:15). No creemos en una comunidad dividida en castas o clases (propio del orden mundano), creemos en la Iglesia que es UNA con el Padre, en Cristo y por la unidad del Espíritu Santo.
En cuanto al anhelo de sujeción transcribimos el comentario de Trenchard sobre Heb. 13:7: “Podemos pensar que egumenoi aquí incluye también a los enseñadores de la Palabra, cuya esfera de ministerio era más amplia que la de la iglesia local, y, de todas formas, el “guía” ha de ser portavoz de la Palabra misma, como se indica por la frase explicativa: “aquellos que os hablaron la Palabra de Dios”. Aquellos siervos del Señor habían dado hermoso ejemplo de fidelidad a la palabra del nuevo pacto, recibida por medio de los Apóstoles, como también de fidelidad hasta la muerte en su testimonio y servicio, de modo que el “recuerdo” de ellos y de su obra sería poderoso aliciente para los hebreos en su crisis de circunstancia y de persecución. Huelga decir que esta exhortación no justifica en absoluto que se dé demasiada importancia al hombre como tal, ni mucho menos que se haga de los antiguos siervos del Señor “santos” de categoría especial cuyos “méritos” puedan valer después de muertos ellos. Se trata de la conveniencia de recordar lo que Dios hizo por medio de débiles instrumentos que habían aprendido el secreto de la sumisión y la fe.
Por esta causa el recuerdo de las personas ha de unirse a la consideración del éxito de su conducta, y lo que hay que imitar es su fe…”
Luego comentando el v. 17 y bajo el título de “La sumisión de los santos”, sigue diciendo: “La palabra “obedecer” no es la que se emplearía en el caso de una orden militar, pero más bien quiere decir: Dejaos persuadir por vuestros pastores, o sea, escuchad lo que os dan de la Palabra de Dios con deseos de aprender y poned por obra lo aprendido. Igualmente “sujetos”, indica en el original la actitud que accede fácilmente a lo que se indica, o sea un espíritu todo lo contrario de la rebeldía y de la terquedad (véase 1Tes. 5:12-13)”.
Se trata de autoridad espiritual en cuestiones espirituales consideradas a la luz de la autoridad de la Palabra de Dios. En ese comentario hay una espiritualidad que es desconocida por el seco pragmatismo del estudio no publicado, citado anteriormente, que mantiene su mirada fija en la “autoridad” personal, y que explicando hegoumenois dice: “(a) Traducido, que tiene autoridad sobre (verbo) = dirige, gobierna, manda, tiene autoridad sobre. (b) Recuerda: ellos hablan por el Señor (1Pe. 4:11). Oráculos de Dios = las palabras pronunciadas por el Señor”.
Esta última afirmación hasta nos da un cierto temor, pues con las reservas prudentes a que nos obliga lo esquemático de esta explicación, apreciamos que nos dan una significación muy sesgada de hegoumenois, y además podemos entender que se identifica la palabra del pastor con la Palabra de Dios, cuando lo que real y rectamente enseña 1Pe. 4:11 es la responsabilidad del predicador para impartir una enseñanza acorde, no contradictoria con la Palabra de Dios, que es la autoridad para todas las ovejas de Cristo, incluidos los pastores que también son ovejas.

10 La Iglesia de Dios gobernada por Dios

Una vez notada la injusticia de la libre iniciativa humana (que soporta serios reproches Escriturales), desligada más o menos parcialmente de las reseñas bíblicas, necesitamos fijar cual es la voluntad de Dios acerca del gobierno de su Iglesia.

La autoridad de Dios sobre su Iglesia
En los capítulos precedentes ya hemos mostrado decididamente que únicamente Dios tiene toda la autoridad sobre su Iglesia. Es la Iglesia integrada por todos sus redimidos, aquellos que han sido dados por el Padre al Hijo (Jn. 6:37-40; 10:26-30; 14:8-26), que han sido lavados de sus pecados por la sangre que el Hijo derramó sobre la cruz (Ap. 1:5) y que han sido renacidos y sellados con el Espíritu Santo (Jn. 16:7-15; Ef. 1:13). Los salvados, como resultado de la obra de las tres Personas de la Santísima Trinidad, tenemos la morada del Dios Trino que nos ha hecho suyos ejerciendo sus capacidades ilimitadas y exclusivas: ha sabido y ha podido salvarnos. Estas capacidades le hacen seguir sintiéndose responsable de sus redimidos después de haber consumado la obra de la salvación: por cuanto el Dios Trino sabe y puede conducir a su Iglesia, debe hacerlo para librarla de accidente y extravío. Por eso no nos ha dejado en manos de terceros, lo cual hubiera supuesto su inhibición en esas capacidades ilimitadas y exclusivas. El tiene de manera exclusiva la autoridad de la capacidad responsable: es decir, en su autoridad de legítimo Soberano por ser el Creador y Salvador, está incluida la autoridad que le confiere el mantener de manera ininterrumpida e inmutable la responsabilidad activa que le reclaman sus capacidades ilimitadas y exclusivas. El Dios tres veces santo está exento de la más mínima irresponsabilidad.
El hecho de que nos haya dado capacidades sobrenaturales por medio de los dones del Espíritu Santo y que nos haya dado ciertos hombres nacidos de nuevo “como dones” a la Iglesia, así considerados porque desempeñan importantes oficios espirituales, no significa que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se hayan retirado a una posición de espectadores para contemplar con indolencia nuestros aciertos y desatinos. No: si Dios tiene hijos, ha de poder ejercer directa y plenamente como Padre; si Dios tiene ovejas, ha de poder ejercer directa y plenamente como Pastor; si Dios tiene un Cuerpo, ha de poder ejercer directa y plenamente como Cabeza: si Dios tiene siervos ha de poder ejercer directa y plenamente (no parcialmente), como Señor. Admitiendo que Dios realizará esta actuación directa y plena, la mayoría de las veces por medio de sus siervos, también debemos enfatizar que esos siervos no deben impedirnos de acudir directamente a Dios buscando de El su más completa ayuda, enseñanza, guía, etc.
Por eso el hombre o los hombres que se atreven a intervenir, por propia iniciativa, en el que debe ser gobierno exclusivo de Dios (tanto en la esfera personal, como también en la eclesial), se les puede reprochar que en alguna medida, intentan ocupar el lugar de Dios en Su gobierno pleno y directo sobre todos y cada uno de Sus hijos-ovejas-miembros-siervos. Estos hombres se equivocan de “practicidad”, pues incurren en un intento de restringir el ejercicio pleno de las capacidades del Padre-Pastor-Cabeza-Señor al parcializar, en la medida de su intervención, el que debiera ser gobierno absoluto de Dios.
Cuando, desde nuestro punto de vista humano, queremos ser prácticos estableciendo un sistema de gobierno que nos evite posibles pérdidas de tiempo, explicaciones interminables, esperas innecesarias, enfrentamientos carnales, corrección de errores colectivos, críticas de los que opinan pero no hacen, impedimentos injustificados, etc.; lo que por comparación hacemos realmente, es aquello de: “…Y ponían límite al Santo de Israel.” (Sal. 78:41b), porque no estamos creyendo posible la obra poderosa de Dios en sus hijos. Esto es todo lo contrario de ser práctico; nunca es positivamente práctico actuar en contra de la voluntad de Dios, esto es negativamente práctico, es el “pragmatismo” sin fundamento bíblico y no sometido a la suprema autoridad del único y exclusivo SEÑOR de la Iglesia. El tiene de manera exclusiva la autoridad del todopoder ilimitado.
Por nuestra parte, tampoco nos podemos conformar a una contradicción más, la contradicción de reconocer y aprobar las características espirituales de la Iglesia, reveladas en el Nuevo Testamento, para después dejarlas en una alejada esfera teórica, sin posibilidad de concreción completa en la realidad práctico-experimental de los miembros de esa Iglesia. Ya hemos dicho que la organización espiritual (no carnal) de la Iglesia local, debe posibilitar la realización práctica, y de manera plena en el tiempo y en el espacio, de todo cuanto Dios nos ha hecho en Cristo, según la manifestación de Su amor, sabiduría y poder. El tiene de manera exclusiva la autoridad de los atributos divinos, es la autoridad que disponiendo con toda perfección de toda la dignidad propia del Ser de Dios, establece soberanamente la forma de gobierno genuinamente práctico.
“Y cuál aquella supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, por la operación de la potencia de su fortaleza, La cual obró en Cristo, resucitándole de los muertos, y colocándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado, y potestad, y potencia, y señorío, y todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, mas aun en el venidero. Y sometió todas las cosas debajo de sus pies, y diólo por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,” (Ef. 1:19-22).
“Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en todos vosotros.” (Ef. 4:5-6).

Referencias Bíblicas para el gobierno de la Iglesia
Frente a los que enseñan y practican diferentes formas de gobierno “bíblicas” (según entiende cada Denominación), y en contra de quienes pretenden que en las Escrituras no encontramos una forma concreta de gobierno para la Iglesia, humildemente afirmamos que los apóstoles plantaron Iglesias en cuya organización aplicaron los principios espirituales enseñados por su Señor y Maestro, principios que ya hemos discernido.
Ya hemos dicho también que la Iglesia se ha apartado de las sencillas verdades del Nuevo Testamento, ahora añadimos que necesita volver a ellas. Es fácil fijarse en los ejemplos de la Iglesia en Jerusalem, en Corinto, en Efeso, y es fácil fijarse en las prácticas y enseñanzas de la autoridad apostólica relacionadas con las Iglesias que nacían al principio de la presente dispensación de la gracia o edad de la Iglesia.
La cita hecha anteriormente sobre Diótrefes (3Jn. 9-11), evidencia el rechazo apostólico, y rechazo del Señor, al enseñoreamiento eclesiástico. Sobre el particular podemos acompañar la consideración de la alabanza a la iglesia en Efeso, según Ap. 2:6, contrastada con el reproche a la iglesia en Pérgamo, según Ap. 2:15. A falta de mayor información, es muy razonable entender los hechos y doctrina de los “Nicolaítas” como doctrina practicada por los “señores del pueblo”, que es el significado de la palabra griega, o sea, es una doctrina política según la cual unos toman señorío sobre otros.
El mandato apostólico de: “Y no os conforméis a este siglo; mas reformaos por la renovación de vuestro entendimiento, para que experimentéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Ro. 12:2); junto con “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.” (1Jn. 2:15); nos obliga a desechar no solo los espectáculos, vicios, vestimenta, música, etc., del mundo... también nos obliga a desechar las formas de gobierno del mundo, las formas de gobierno mundanas.
La instrucción apostólica en 1Co. 14:26-31: “¿Qué hay pues, hermanos? Cuando os juntáis, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación: hágase todo para edificación. Si hablare alguno en lengua extraña, sea esto por dos, o a lo más tres, y por turno; mas uno interprete. Y si no hubiere intérprete, calle en la iglesia, y hable a sí mismo y a Dios. Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si a otro que estuviere sentado, fuere revelado, calle el primero. Porque podéis todos profetizar uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados.”; además de Ro. 12:6-8, tienen el propósito de promover la participación espiritual de todos los miembros de la Iglesia en el culto cristiano y en la vida plena de la Iglesia (dentro del orden espiritual), lo cual reclama a cada uno responsabilidad espiritual que exige crecimiento espiritual. Estos textos nos indican la forma práctica de facilitar el desempeño pleno del sacerdocio cristiano, la participación activa de todos los miembros del Cuerpo y el ejercicio de los diferentes dones del Espíritu; todo para la mutua edificación de los unos a los otros.
La autoridad apostólica confirma su sometimiento a la Autoridad del Señor al someterse a la Autoridad de las Sagradas Escrituras: “Si alguno a su parecer, es profeta, o espiritual, reconozca lo que os escribo, porque son mandamientos del Señor.” (1Co. 14:37). El apóstol Pablo no esgrimió su autoridad personal reclamando obediencia a su persona, sino que autenticó la autoridad de sus instrucciones por ser éstas mandamientos del Señor, no mandamientos suyos (comp. Hch. 15:15 “como está escrito”, frase en multitud de citas bíblicas).

El gobierno Teocrático-Bíblico-Congregacional
Por Teocrático entendemos el gobierno de Dios, quien únicamente ostenta el legítimo señorío sobre su Iglesia, señorío que no ha delegado a ninguno de sus siervos.
Por Bíblico entendemos que Dios hace efectivo su gobierno por medio de la autoritativa Palabra de Dios, a la que deben someterse todos los miembros de la Iglesia sin excepción. David W. Cloud escribió: “Un Fundamentalista es un creyente nacido de nuevo que… juzga todas las cosas por la Biblia y él es juzgado únicamente por la Biblia”.
Por Congregacional entendemos que todos los miembros en comunión de la Iglesia local tienen el derecho y la responsabilidad de participar en las resoluciones habituales (no solo en las extraordinarias), que afectan a la vida de la Iglesia.
Dado que tanto los pasajes bíblicos como su argumentación teológica ya los hemos recorrido ampliamente en lo que hace a los conceptos de Teocrático y Bíblico no seguiremos insistiendo especialmente en ello. Seguidamente nos queremos fijar en el aspecto del gobierno Congregacional, es decir, la participación y aportación espiritual y responsable en la toma de decisiones, de todos los miembros de la Iglesia local; entendiendo que ella es completamente autónoma del resto de Iglesias locales:
Hch. 1:15-26. El apóstol Pedro presenta la necesidad de designar el sustituto de Judas. Esta propuesta la dirige, no a un selecto grupo reducido, sino a “la compañía junta como de ciento y veinte en número” y cita el requerimiento del Sal. 109:8. Tras buscar la guía del Señor (comp. Núm. 26:55 y Prov. 16:33), aceptaron lo que el Espíritu Santo decidió. Aunque es una experiencia anterior a Pentecostés también es plenamente válida por cuanto los apóstoles están poniendo en práctica las instrucciones del Señor Jesús desde el primer momento.
Hch. 6:1-7. Ante un problema producido en la Iglesia de Jerusalem, vemos a “los doce” (apóstoles) que “convocaron la multitud de los discípulos” (más de ocho mil personas, caps. 2:41,47; 4:4 y 5:14) y les propusieron la designación de los primeros siete diáconos. “Y plugo el parecer a toda la multitud”; después los apóstoles les impusieron las manos en reconocimiento del nombramiento por el Espíritu Santo.
Hch. 11:27-30. Ante otra necesidad material “los discípulos” en Antioquía decidieron enviar ayuda a los hermanos en Judea.
Hch. 13:1-4. Ministrando al Señor los profetas y doctores de la Iglesia en Antioquía, el Espíritu Santo separó a los misioneros que El determinó, aprobados y despedidos por la Iglesia. Era necesario iniciar una nueva etapa en el ministerio que los creyentes no habían percibido, pero puestos en las manos del Señor, El manifestó su voluntad y proveyó los obreros necesarios.
Hch. 15:1-32. En esta ocasión debía resolverse una trascendente cuestión doctrinal. Tras ser considerada por el “Consejo” de la Iglesia en Jerusalem, “los apóstoles y los ancianos”, el apóstol Pedro presenta una argumentación Escritural corroborada por la experiencia de Bernabé y el apóstol Pablo. A continuación Jacobo atendiendo a la autoridad de la Palabra de Dios, propone una resolución que “pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la Iglesia,…” escribir una carta que decía: “Nos ha parecido, congregados en uno, elegir varones, y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto sus vidas por el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Así que, enviamos a Judas y a Silas, los cuales también por palabra os harán saber lo mismo. Que ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias…”
1Co. 5:1 a 6:7. Al tratar cuestión de disciplina en la Iglesia por un grave pecado, el apóstol Pablo sigue la misma práctica que en los casos citados en Hechos. Leemos en el v.4: “En el nombre del Señor nuestro Jesucristo, juntados vosotros y mi espíritu, con la facultad de nuestro Señor Jesucristo.” No era algo a considerar en privado y una vez resuelto por los dirigentes comunicado por éstos al resto de la Iglesia. Se trata de una orden de Pablo estableciendo, según su autoridad apostólica, la resolución que debían adoptar obligatoriamente (v. 5). Esto debía ser atendido por toda la Iglesia asistida “con la facultad” (dunamis = poder, potencia), “de nuestro Señor Jesucristo”, o sea, las cuestiones en la Iglesia no deben ser resueltas por los hombres ni con las capacidades de los hombres, sino asistidos con el poder del Señor, que está presente, para reconocer la voluntad del Señor (comp. 1Co. 14:37).
Después, acerca de los conflictos entre creyentes, que no deberían darse, establece que no deben ser llevados ante la justicia, deben ser resueltos en la Iglesia (comp. Mat. 18:15-17).
2Co. 2:1-11.- Igualmente es la Iglesia la que debe restaurar al disciplinado.
2Tes. 3:13-15.- También es la Iglesia la que debe apartar y amonestar al hermano que desobedece no a la “autoridad” personal, sino a la Autoridad Apostólica que permanece vigente en el Nuevo Testamento.
Es innegable que la práctica apostólica coincide y es confirmada con la enseñanza apostólica que, a su vez, está en armonía con la enseñanza autoritativa del Señor Jesús. En el Nuevo Testamento ni se enseña ni se aprueba el gobierno humano de carácter unipersonal, ni colegiado, ni de urnas, ni asambleario: El gobierno es el del Espíritu de Cristo, actuando en todos los miembros de la Iglesia, sometidos a El y a su Palabra, para guiarlos a reconocer la voluntad del Señor de manera unánime.
En el Nuevo Testamento las decisiones no son impuestas por las mayorías sobre las minorías. Las decisiones las toma el SEÑOR y CABEZA, quien las da a conocer a todos sus miembros, quienes deben reconocerlas y ejecutarlas. Es lo propio de la vida de un cuerpo sano, en el cual la cabeza ordena una acción y todos los miembros, recibida la información, proceden con perfecta unanimidad a ejecutar la orden recibida.
La voluntad de Dios para sus hijos es que, sometidos a sus mandamientos, experimentemos la unanimidad, como expresión visible de la autenticidad de nuestro testimonio del Evangelio:
“Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste. Y yo, la gloria que me diste les he dado; para que sean una cosa, como también nosotros somos una cosa. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean consumadamente una cosa; que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como también a mí me has amado.” (Jn. 17:21-23).
“Unánimes entre vosotros: no altivos, mas acomodándoos a los humildes. No seáis sabios en vuestra opinión.” (Ro. 12:16).
“Mas el Dios de la paciencia y de la consolación os dé que entre vosotros; seáis unánimes según Cristo Jesús; para que concordes, a una boca glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, sobrellevaos los unos a los otros, como también Cristo nos sobrellevó, para gloria de Dios.” (Ro. 15:5-7).
“Os ruego pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.” (1Co. 1:10).
“Resta, hermanos, que tengáis gozo, seáis perfectos, tengáis consolación, sintáis una misma cosa, tengáis paz; y el Dios de paz y de caridad será con vosotros.” (2Co. 13:11).
“Solícitos a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Un cuerpo, y un Espíritu; como sois también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación: Un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en todos vosotros.” (Ef. 4:3-6)
“Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo; si algún refrigerio de amor; si alguna comunión del Espíritu; si algunas entrañas y misericordias, cumplid mi gozo; que sintáis lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien en humildad, estimándoos inferiores los unos a los otros: No mirando cada uno a lo suyo propio, sino cada cual también a lo de los otros.” (Fil. 2:1-4).
“Y finalmente, sed todos de un mismo corazón, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables”. (1Pe. 3:8).
Según Juan cap. 17, el Señor nos ha hecho partícipes de la misma unidad que tiene la Santísima Trinidad (porque la oración del Hijo obediente forzosamente debe ser respondida positivamente), y según la enseñanza apostólica eso significa que podemos y debemos pensar todos una misma cosa, sentir lo mismo, amar lo mismo, compartir un mismo parecer, hablar todos lo mismo, esto es gozar de la unanimidad, ser unánimes según Cristo Jesús. Esta era la vivencia normal de la Iglesia primitiva (ver Hch. 1:14; 2:1; 2:46; 4:24; 4:32; 5:12), es la vivencia normal que muchos hemos experimentado en el S. XX y es la vivencia que debemos procurar con solicitud.
Esta es la única forma de gobierno bíblica. En ninguno de sus extremos está copiada del mundo. Para el mundo es una utopía y para muchos cristianos un misticismo ajeno a la realidad, pero la Biblia dice: “Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente.” (1Co. 2:14).

9 La Iglesia de Dios bajo gobierno humano

Últimamente venimos recogiendo comentarios, desde diferentes sectores evangélicos, que hacen una evaluación negativa de la situación general de la Iglesia; de esos comentarios se desprende que los creyentes tienen un alto grado de insatisfacción en su vida eclesial y un importante desaliento espiritual.
A esto contestamos que la causa está en el alejamiento de las sencillas enseñanzas del Nuevo Testamento. Hoy día nos encontramos ante una Iglesia organizada en Denominaciones, Alianzas, Federaciones, con numerosos Comités, Comisiones y Organizaciones paraeclesiales; toda una pesada estructura entretejida por personalidades que comparten intereses, compromisos y apoyos mutuos que, con frecuencia, condicionan el desempeño honesto de sus responsabilidades espirituales e impiden el disfrute de la sencilla y limpia vida cristiana edificada sobre la pureza de la limpia Palabra de Dios.

Parcialización del Fundamentalismo histórico
Aparentemente una mayoría de cristianos evangélicos de nuestro entorno, desconoce el contenido de los términos “fundamentalismo, fundamentalista, fundamental”. Comprobamos que estas palabras se asocian con el integrismo religioso, por excelencia el islámico. O sea, una radicalización intransigente de consignas, posicionamientos dogmáticos y prácticas, identificadas con ciertos estereotipos estadounidenses, y que aíslan a sus sustentadores en una supuesta estrechez de pensamiento.
Lo cierto es que el Fundamentalismo fue un movimiento espiritual de fines del S. XIX y principios del XX, surgido en respuesta al racionalismo teológico o modernismo. Una multitud de cristianos fieles se levantó en diversos lugares, al mismo tiempo y sin una previa coordinación, para enfrentar la enseñanza que cuestionaba y rechazaba la Autoridad de la Santa Biblia, negando seguidamente doctrinas fundamentales de la fe cristiana bíblica: “Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?” (Sal. 11:3).
Ya organizados, aquellos fundamentalistas a principios del S. XX establecieron por acuerdo general las doctrinas imprescindibles que una persona debe creer para ser salva. Una “declaración de fe” fundamentalista distribuida en Barcelona en el otoño de 1.984, decía así: “Creo en la inspiración de la Biblia tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento; la creación del hombre por el acto directo de Dios; la encarnación y el nacimiento virginal de nuestro Señor y Salvador Jesucristo; su identificación como el Hijo de Dios; su expiación vicaria por los pecados del hombre por el derramamiento de su sangre en la cruz; la resurrección de su cuerpo del sepulcro; su poder para salvar al hombre del pecado; el nuevo nacimiento a través de la regeneración por el Espíritu Santo y el don de la vida eterna por la gracia de Dios”.
Esta declaración es generalmente asumida por la mayoría de cristianos evangélicos. Muchos, sin saberlo de antemano, de repente se dan cuenta que ellos también son fundamentalistas. Aunque todavía les falta conocer y aplicar la doctrina bíblica de la separación, separación de toda forma de apostasía y de aquellos que la sustentan.
Pero actualmente, tanto fundamentalistas “conscientes”, como fundamentalistas “inconscientes”, coinciden en esas doctrinas fundamentales y, curiosamente, comparten el concepto de que hay otras doctrinas secundarias acerca de las cuales debemos reconocernos libertad para que cada grupo las defina como mejor entienda. A continuación nos presentan una frase muy acorde con el pensamiento de la época: “En lo fundamental unidad, en lo secundario libertad y en todo caridad”.
Desde luego la aplicación práctica que hacen de esta frase no nos lleva ni a la unidad, ni a la libertad, ni a la caridad cristiano-bíblicas, porque ignora los conceptos bíblicos de las mismas. Únicamente están utilizando palabras bíblicas para justificar prácticas mundanas.
A nuestro entender, esa distinción entre doctrinas fundamentales y secundarias carece de justificación bíblica, justificación que nunca nos han aportado; y es harto peligrosa, porque necesita de una “autoridad” humana, que en sustitución de la Autoridad Divina (que no se ha pronunciado al respecto), determina las calificaciones doctrinales que seguidamente el consenso nos obliga a aceptar, en sustitución de la obligación a aceptar lo que la Santa Biblia establece. Son hombres los que confeccionan las listas de doctrinas fundamentales y doctrinas secundarias o distintivas.
Para ilustrar el error de ese planteamiento, citemos de pasada, el ejemplo claro de un edificio, en el que todos sus elementos son fundamentales para las necesidades que deben suplir: los cimientos son fundamentales para sostener la construcción; las escaleras son fundamentales para subir y bajar; las puertas son fundamentales para acceder y desplazarnos; las ventanas son fundamentales para iluminar y airear; etc. Una casa falta de alguno de esos elementos sufrirá de serios inconvenientes. Ningún elemento es secundario para aquella necesidad que espera ser atendida; tampoco podrán intercambiarse ni diseñarse o situarse sin tener en cuenta las leyes arquitectónicas y la funcionalidad. Que cada cosa esté en su lugar y en la manera adecuada, es muy importante, es fundamental.
“Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad.” (Jn. 17:17).
“Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salud por la fe que es en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra.” (2Tim. 3:15-17).
La consecuencia de ese “pragmatismo” creador de la distinción entre lo fundamental y lo secundario, un pragmatismo sin fundamento bíblico, es que mientras afirmamos que todas las cosas deben determinarse de conformidad con la Palabra de Dios en el orden de la vida cristiana, la realidad es que acerca de una misma cosa diferentes grupos establecen diferentes “conformidades” con la Palabra de Dios. O sea, aquellos que deben ser los mayores defensores de la Autoridad de la Santa Biblia, son los que la ponen bajo cuestionamiento vergonzoso. Porque, sobre el papel, afirman creer en la inspiración divina de la Biblia, inspiración que le confiere inerrabilidad e infalibilidad, porque está limpia de la mínima escoria de error y contradicción: “Las palabras de Jehová, palabras limpias; plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces.” (Sal. 12:6). Pero después, en la práctica, resulta que sobre una misma cosa se enseña (según esos fundamentalistas), diferentes “verdades”, todas igual de “bíblicas” y cada una señalando a las otras como antibíblicas. Desatino que completan desestimando el diálogo fraternal para resolver esas contradicciones, pues no pueden dedicar tiempo para eso porque tienen muchas cosas más importantes que hacer y porque temen no llegar a alcanzar una comprensión común.
Este fundamentalismo histórico limita la vivencia de la comunión fraternal cuando, ignorando discrepancias doctrinales, se satisface en la mera experiencia de pasar juntos algún tiempo. También cae en el pragmatismo cuando, en el afán de reunir el mayor número de grupos cristianos, prescinde de atender las cosas que nos separan y que comprometen nuestro testimonio (Jn. 17:20-23). Y además consiente un cierto tradicionalismo cuando, desechando el estudio de esas discrepancias en las doctrinas secundarias o distintivas se conforma con el acuerdo en las doctrinas fundamentales. Es decir, incurre en el error de defender la “verdad” del sistema de las doctrinas fundamentales y secundarias acogiéndose a la tradición histórica del fundamentalismo. En esto de las tradiciones recordemos una frase muy iluminadora: “Tradición sin verdad es error envejecido” (comp. Mr. 7:5-13).
La doctrina del Gobierno de la Iglesia es una de estas verdades, supuestamente secundarias. Esa calificación permite que dentro del sistema denominacional, convivan diferentes formas de gobierno eclesiástico conservando características que se oponen entre sí, pero que coinciden en establecer el orden de que unos cuantos administran lo que el resto de administrados acepta o rechaza.

Formas de gobierno practicadas en la Iglesia de Cristo
A lo largo de la historia de la Iglesia, aquellos que la pastoreaban arbitraron diferentes formas de gobierno dependiendo de la comprensión bíblica, del talante de las personas, de las circunstancias socio-políticas del momento, y/o de las necesidades de la Iglesia, De ahí que algunos, por ser independientes y no estar atados a una forma de gobierno concreto, puedan pensar que esta cuestión del gobierno está librada a la conveniencia de cada lugar y circunstancia, pudiendo escoger una forma u otra en función de la necesidad y de las posibilidades disponibles; pero sin que estemos obligados por principios bíblicos directamente relacionados con el gobierno de la Iglesia. Mientras tanto, otros comprometidos con su Denominación, admiten la validez de las tradiciones denominacionales defendiendo con diferentes pasajes bíblicos su propia práctica de gobierno, práctica que viene a ser una de las características más importantes para diferenciar una Denominación de otra.
El resultado es que en la Iglesia se han dado, y se dan, todas las formas de gobierno que tiene el mundo, sintetizadas en las siguientes:
Gobierno jerárquico. Un individuo, o individuos, son establecidos como la autoridad para administrar, supervisar y elaborar las propuestas cuya implantación podrán aprobar o rechazar las iglesias. Son gobiernos centralizados.
Gobierno aristocrático. Un grupo de hombres selectos desempeñan las funciones de gobierno. Ellos son los que escogerán a posibles nuevos candidatos y/o sucesores en el órgano de gobierno, presentándolos a la Iglesia para su aprobación o rechazo. Es un gobierno pluripastoral.
Gobierno democrático. Las decisiones se toman mediante votaciones y gana la mayoría. El Consejo de la Iglesia, presidido por el pastor, presenta a la asamblea las cuestiones más trascendentales y la opción que consigue más votos es admitida por la totalidad.
Las formas humanas de gobierno, por mucho que se esfuercen procurando el mayor grado de consenso para suavizar el enseñoreamiento de unos sobre otros (recordemos los comentarios a Mat. 20:25), están limitadas por sus propias posibilidades humanas para alcanzar todo el propósito de Dios para su Iglesia. También favorecen la creación de bandos, a los que siguen las disensiones, enemistades y divisiones. La mayoría de las veces no por cuestiones doctrinales sino por cuestiones personales.
“Porque me ha sido declarado de vosotros, hermanos míos, por los que son de Cloé, que hay entre vosotros contiendas; quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo cierto soy de Pablo; pues yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿o habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?” (1Co. 1:11-13)
“Porque todavía sois carnales: pues habiendo entre vosotros celos, y contiendas, y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo cierto soy de Pablo; y el otro: Yo de Apolos; ¿no sois carnales?” (1Co. 3:3-4).
“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banqueteos, y cosas semejantes a éstas: de las cuales os denuncio, como ya os he anunciado, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios.” (Gál. 5:19-21).
Además, todas las formas de gobierno están expuestas al peligro de la eventual perversión que deriva en un gobierno dictatorial, como ya ocurrió en tiempos apostólicos: “Yo he escrito a la iglesia: mas Diótrefes, que ama tener el primado entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo viniere, recordaré las obras que hace parlando con palabras maliciosas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y prohibe a los que los quieren recibir, y los echa de la iglesia.” (3Jn. 9-10).
Aquel Diótrefes imponía su “autoridad” personal, enfrentada con la Autoridad apostólica, para impedir las iniciativas de los hermanos; para imponer su control, y a los que se le oponían y no se le sometían los echaba de la Iglesia.
Los tres sistemas de gobierno antes mencionados, que han sido copiados del mundo y organizados por los dirigentes de la Iglesia, no responden a aquella organización que decíamos debe facilitar la vivencia práctica y saludable de la realidad espiritual que nuestro Salvador ha dado a su Iglesia, como Cuerpo de Cristo con diferentes dones para servirnos unos a otros y ministrarnos un sacerdocio espiritual.
Actualmente, estamos contemplando como en diferentes círculos evangélicos (que combinan las formas de gobierno descritas, pero con decidido énfasis hacia el sistema unipersonal), afirman con la mayor contundencia la “autoridad” personal del pastor, lo cual conlleva un riesgo cierto de deslizarse hacia estructuras sectarias.
Es un gran cúmulo de grandes y graves contradicciones generadas y estructuradas por los dirigentes en la Iglesia de Cristo: la contradicción de las “verdades” doctrinales antagónicas; la contradicción de estorbar el desarrollo saludable de los hijos de Dios (cuando impiden, controlan, marginan), mientras se supone que están trabajando por impulsarlo; la contradicción de orientarlos a la carnalidad cuando les están reclamando espiritualidad; la contradicción de mantener elementos mundanos en la Iglesia a la que exhortan a la santidad.

jueves, 15 de febrero de 2007

8 Dignidades y beneficios para todos

Ya hemos mencionado que todos los renacidos, sin excepción, compartimos la misma realidad espiritual impartida por Dios en el momento del nuevo nacimiento. Ahora hemos de reconocer que también compartimos las mismas dignidades y beneficios espirituales. Además debemos discernir las consecuencias que se derivan de éstos, en su relación al concepto bíblico de autoridad en la Iglesia y su correspondiente práctica. Lo cual ya hemos empezado a exponer al referirnos a nuestra condición de “miembros en parte” del Cuerpo de Cristo.

Los hijos de Dios son sacerdocio santo y real
“Mas a todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre.” (Jn. 1:12)
“Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados una casa espiritual, y un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo…
Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido, para que anunciéis las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable.” (1Pe. 2:5 y 9)
“Y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre; a él sea gloria e imperio para siempre jamás. Amén.” (Ap. 1:6)
Una de las verdades importantes para los reformadores del siglo XVI, fue el redescubrimiento del sacerdocio universal de los renacidos. En el momento de la más asfixiante degradación religiosa, como consecuencia del sistema desarrollado por el papismo romanista que hacía depender cruelmente a las personas de la autoridad de la jerarquía eclesiástica, los hombres de Dios se dieron cuenta que el culto a Dios no era un privilegio restringido a unos pocos escogidos, sino que todos los creyentes podían ejercer el oficio de sacerdotes y así se abrió la puerta a los cristianos para una participación plena en la vida de la Iglesia.
Al mismo tiempo se acababa con la distinción de “clases” (propia de la iglesia papista), para no seguir diferenciando entre clero y laicos. El clero era la clase alta depositaria del conocimiento, que establecía las doctrinas y las prácticas sin necesidad de justificación bíblica; además de administrar los honores para sí mismos. El clero era la clase dominante; los laicos, en mayor o menor medida, era la clase dominada.
La Palabra de Dios nos enseña que todos los hijos de Dios (sin diferencia de posición social, sexo, raza, edad, profesión, formación académica, etc.), participamos del sacerdocio y somos sacerdotes en particular, y que, como tales, somos puestos para ministrar las cosas de Dios a favor de los hombres, debiendo compadecernos de los ignorantes y extraviados, ya que todos tenemos deficiencias (comp. Heb. 5:1-2).
Acompañando a la dignidad del sacerdocio santo, se añade la dignidad de reyes (dignidades de siervos humildes). Esto es una diferencia significativa respecto a lo que estuvo ordenado en la nación de Israel, donde la dignidad de sacerdote (según el orden de Aarón), estaba separada de la dignidad de rey. En la Iglesia se cumple plenamente la palabra que para Israel tenía un cumplimiento parcial (ver Ex. 19:3-6): “Y vosotros seréis mi reino de sacerdotes, y gente santa.” Y además, estas dignidades no se pierden nunca, pues perduran por la eternidad (Ap. 5:10 y 20:6).
Al trasladar esta verdad doctrinal a la práctica cristiana, debemos reconocer, en primer lugar nuestra responsabilidad de realizar los sacrificios espirituales, propios del sacerdocio cristiano, y, seguidamente el derecho de todo cristiano a participar libremente en el culto de la Iglesia (1Co. 14:26-31), donde todos dan para que todos reciban, en beneficio del Cuerpo todo y para la gloria de Dios.
Recopilando, todos participamos por igual de las dignidades de hijos de Dios, miembros del Cuerpo de Cristo, sacerdotes y reyes. Estas dignidades que compartimos nos reclaman honrarnos los unos a los otros permitiéndonos la plena participación en la vida completa de la Iglesia en un verdadero plano de igualdad.
Para valorar mejor las dignidades de sacerdote y rey, es oportuno considerar que en el Antiguo Pacto tanto el sacerdote como el rey (que solo podían ser hombres), debían ser ungidos con aceite. El aceite, en las Escrituras, es símbolo del Espíritu Santo. Ahora en el Nuevo Pacto, todos los creyentes, participando por igual de estas dignidades, somos también ungidos, pero con la misma realidad a la que señalaba aquel símbolo, o sea, con el Espíritu Santo (1Jn. 2:27). Todos los nacidos de nuevo somos ungidos de Dios, y ahora tanto hombres como también mujeres. Esta es otra diferencia entre Israel y la Iglesia.
Como hijos de Dios nos debemos a nuestro Padre celestial; como miembros del Cuerpo de Cristo nos debemos a nuestra Cabeza; como sacerdotes nos debemos a nuestro Sumo Sacerdote, y como reyes nos debemos a nuestro Rey de reyes. Además, como Esposa de Cristo, nos debemos a nuestro Esposo, quien es doblemente nuestra Cabeza. La obediencia y dependencia de El es prioritaria; la obediencia a los hombres es secundaria, y condicionada a no incurrir en contradicción con la voluntad del Señor de todos.

Los dones del Espíritu Santo
“De manera que, teniendo diferentes dones según la gracia que nos es dada…” (Ro. 12:6).
“Y acerca de los dones espirituales, no quiero, hermanos, que ignoréis.” (1Co. 12:1).
Además de dignidades, también hemos recibido toda la provisión necesaria para el desarrollo de una vida cristiana plenamente saludable. Entre esa provisión están los dones espirituales o dones del Espíritu Santo.
En los pasajes referenciados, la Escritura evidencia que los dones espirituales están asociados con la vida de los miembros del Cuerpo de Cristo en el Cuerpo. La palabra dones no figura en el texto griego de 1Co. 12:1, tal como indica la versión Reina-Valera en su revisión de 1909 al incluirla en letra cursiva. La expresión es más general al leer literalmente: “… acerca de los espirituales”, es decir, “acerca de los asuntos espirituales”, o sea, lo que proviene del Espíritu, cosas absolutamente no carnales. Y entre esos asuntos, se particulariza con la acción del Espíritu Santo repartiendo dones (1Co. 12: 4-6).
Antes, cuando no éramos cristianos, conocíamos lo relacionado con los dioses muertos (1Co. 12:2), pero ahora se nos hacen saber cosas que antes ignorábamos, las relacionadas con el Dios vivo (1Co. 12:3). Consecuentemente, los dones espirituales no podemos discernirlos a la luz de nuestros conocimientos naturales, necesitamos el auxilio sobrenatural del Dios vivo, quien socorre nuestra ignorancia a fin de que no erremos.
Debemos distinguir entre lo natural y lo sobrenatural. Una cosa son nuestras habilidades innatas y otra cosa, muy distinta, son las capacidades que nos ha dado el Espíritu Santo, que son capacidades divinas, externas a nosotros.
Resumiendo, los dones espirituales son capacidades sobrenaturales que el Espíritu de Dios da a todos, repartiendo a cada uno de los miembros del Cuerpo de Cristo para realizar actividades espirituales, con el fin de suplir las necesidades que el Cuerpo tiene en el desempeño de su misión, según el propósito de Dios.
Alguien dijo, hablando de estas capacidades divinas, que: “Como proviniendo del Espíritu, son dones; como proviniendo de Cristo, son formas de servir, y como proviniendo del Padre, son poderes sobrenaturales para actuar”.
Estos dones -en griego “carisma”-, son algo precioso, porque provienen de la gracia de Dios -en griego “caris”- (comp. Ro. 12:6). Los que hemos sido salvados por la gracia de Dios, somos embellecidos con el carácter de Cristo y, además, el Señor nos añade las piedras preciosas de los dones del Espíritu (comp. 1Co. 3:12). ¡La superabundancia de la maravillosa gracia de Dios en Cristo Jesús, es algo asombroso para con nosotros!
Nuevamente apreciamos la igualdad de que todos, sin excepción, hemos recibido algún don divino. Todos los dones que podemos relacionar y clasificar a partir de 1Co. 12, Ro. 12 y Ef. 4, son dones igual de divinos, que sirven de forma mancomunada a los propósitos determinados en Ef. 4:12-13:
  • Para perfección de los santos como miembros del Cuerpo de Cristo: ningún santo lo es tanto que no necesite ser perfeccionado.
  • Para que se lleve a cabo todo el servicio que la Iglesia a de realizar. Es necesaria la acción de todos los miembros, con toda la variedad de dones disponibles para cumplir las tareas de proclamación, defensa y confirmación del Evangelio.
  • Para que la Iglesia se desarrolle adecuadamente. Sin deformidades ni disminuciones funcionales; en armonía con la belleza de su Cabeza.
Estos propósitos tienen como fin que la Iglesia alcance plenamente la unidad doctrinal; el conocimiento de Jesucristo, Dios manifestado en carne, y su pleno desarrollo como Cuerpo místico de Cristo.
Ciertamente reconocemos un orden en los dones espirituales, distinguiendo entre dones imprescindibles para la organización de la Iglesia (semejantes a los órganos vitales del cuerpo, ver Ef. 4:11), y dones “complementarios” (semejantes a los órganos sin los cuales es posible que el cuerpo siga viviendo). Pero insistimos en que todos son necesarios para el disfrute de la vida plena a la que estamos vocacionados, pues no nos conformamos con una mera subsistencia, que en última instancia siempre se mantendría por la sola actividad de la Cabeza (mientras hay actividad cerebral no se certifica la muerte).
Con todo, a la luz de las verdades bíblico-teológicas precedentes, debemos concluir que el esfuerzo por establecer algún don como superior a los otros en rango, es un esfuerzo que proviene de la vieja naturaleza carnal no sometida a la ley de Cristo; no confiada en la Palabra de Cristo y sustituidora de los métodos de Cristo por métodos mundanos. Es la tendencia de la religión humana de intentar “mejorar” el diseño divino.
Actualmente suele ocurrir así con el don de Pastor o Anciano u Obispo (términos intercambiables para referir al mismo oficio espiritual, comp. Hch. 20:17,28; 1Pe 5:1-4), don que se hace aparecer como superior y con capacidad de utilizar el resto de dones (en la práctica inexistentes), a su gusto y sometidos a él y controlados por él. Con lo cual, en la práctica el pastor se erige como la cabeza de la Iglesia, desplazando en alguna medida a la legítima Cabeza y, a la vez, toma en alguna medida el lugar que corresponde al Espíritu Santo, no ayudando a que los miembros de la Iglesia sean llenos y guiados por el Espíritu; paradójicamente, al mismo tiempo que los está exhortando a esa plenitud y guía (Ro. 8:14 y Ef. 5:18). Con lo cual, aparentemente, el único guiado y lleno del Espíritu es el pastor; él es el único profundamente espiritual y en consecuencia lo práctico es seguir sus indicaciones, no contradecirlas y no pensar más, so pena de ser acusado de “rebelde”.
Los creyentes somos responsables de este desorden porque cedemos cómodamente a esa “organización”, que aunque nos martiriza exigiéndonos lo que nos dificulta, nos libera de la disciplina espiritual de depender del Señor, buscarle y clamar en oración procurando su guía y capacitación para el servicio. También aquí es la vieja naturaleza carnal la que se conforma con la superficialidad espiritual sin profundizar en “complicaciones” bíblicas. Y también es la vieja naturaleza carnal la que gusta de ser servida y criticar el servicio recibido y “vivir su vida” disponiendo del mayor tiempo posible para ocuparse en sus aficiones personales.
Esta negligencia espiritual tiene el atenuante, que no justificación, de que muchas veces hemos sido enseñados así por nuestros pastores; a los que no obstante, reconocemos una limpia intencionalidad cuando simplemente están procurando superar de manera práctica el verse muchas veces con una oposición incomprensible y/o casi solos para llevar adelante la obra del ministerio.
“Aprobando lo que es agradable al Señor. Y no comuniquéis con las obras infructuosas de las tinieblas; sino antes bien redargüidlas. Porque torpe cosa es aun hablar de lo que ellos hacen en oculto. Más todas las cosas cuando son redargüidas, son manifestadas por la luz; porque lo que manifiesta todo, la luz es. Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo. Mirad, pues, cómo andéis avisadamente; no como necios, mas como sabios.” (Ef. 5:10-15).

La libertad cristiana
“Y decía Jesús a los Judíos que le habían creído: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; Y conoceréis la verdad, y la verdad os libertará….
Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” (Jn. 8:31-32 y 36).
La libertad es uno de los valores más apreciados por el hombre de todos los tiempos y por el que más ha luchado, en defensa de la propia dignidad humana. Es bien conocida la máxima de que “la libertad no te la regalan, debes luchar para conquistarla”. Por supuesto, todo esto es en el orden de los ideales terrenales.
Más allá de esos ideales humanos, ciñéndonos a nuestra realidad espiritual según la revelación bíblica, lo cierto es que todos éramos prisioneros y esclavos del diablo, y esclavos del pecado (Is. 14:17 y 61:1; Luc. 4:18). Fue el Señor Jesucristo quien conquistó nuestra perfecta libertad con el poder de su perfecta santidad y el derramamiento de su sangre preciosa sobre la cruz del Calvario, donde: “Y despojando los principados y las potestades, sacólos a la vergüenza en público, triunfando de ellos en sí mismo.” (Col. 2:15).
Después de haber estado en aquella esclavitud, vendidos a sujeción de pecado (Ro. 7:14), ahora por la redención de nuestro poderoso Salvador el pecado ya no se enseñorea de nosotros (Ro. 6:14), es decir, hemos sido libertados de la opresión del pecado y de la tiranía diabólica.
Jesucristo, quien es la Verdad, nos ha conquistado esta libertad al satisfacer la justicia de Dios dando cumplimiento a la verdad que estaba escrita de El (comp. Sal. 85:10). Ahora, al aceptar y retener su verdad que nos presenta su misericordia, según la cual nos justifica por la fe y nos da paz para con Dios (Ro. 5:1), somos hechos verdaderamente libres al no vernos obligados irremediablemente a servir al príncipe de este mundo y vivir practicando el pecado (1Jn. 3:4-9).
Esta es la libertad que nos permite vivir sirviendo a nuestro Señor y obedeciendo su Palabra. Sin verdad y obediencia a la verdad ni hay justicia, ni verdadera libertad.
“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: Que si uno murió por todos, luego todos son muertos. Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, mas para aquel que murió y resucitó por ellos.” (2Co. 5:14-15)
“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no volváis otra vez a ser presos en el yugo de servidumbre”. “Porque vosotros, hermanos, a libertad habéis sido llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión a la carne, sino servíos por amor los unos a los otros.” (Gál. 5:1 y 13).
Nuestro Salvador luchó y ganó la gran batalla que conquistó nuestra libertad. Es la libertad que nos devuelve nuestra dignidad humana original, pues reconciliados con Dios recuperamos nuestra condición original de siervos suyos (comp. Fil. 2:7), para servirnos los unos a los otros en santidad.
Este es el beneficio que el Señor Jesús ofrece a cuantos creen en El. Es parte de la gran oferta que hacemos a los inconversos. Nuestra experiencia es inolvidable: cómo el Señor ensanchó nuestro corazón cuando pusimos nuestra toda y sola fe en el gran Libertador, Cristo Jesús. Experimentamos libertad en nuestra alma, porque aquella carga, esclavitud y aprisionamiento desaparecieron. Junto con la liberación espiritual, experimentamos una desconocida sensación de libertad: como aquel que en un vuelo sin motor se desliza por el cielo bajo los cálidos rayos del Sol de Justicia (comp. Mal. 4:2), impulsado por la brisa suave del “Hagios Pneuma” (expresión griega que traducimos al castellano como “Espíritu Santo”, con la particularidad de que el vocablo “pneuma” también significa “soplo, viento”).
Esta libertad incluye la prohibición de hacernos siervos de los hombres (1Co. 7:23), porque al ser comprados por Cristo le pertenecemos entera y exclusivamente a El. Solamente El tiene el derecho de propiedad sobre nuestras personas para disponer de nosotros como a El le plazca, según su buena y amorosa voluntad. Nuestra entrega dócil y no intervencionista al uso que el Señor haga de ese derecho, viene a ser nuestra verdadera libertad de conciencia para vivir nuestra esclavitud a Cristo en la comunión de los santos y bajo el imperio de la verdad de la Palabra de Dios.
Concluimos que también disfrutamos igualdad en los beneficios de la salvación. Muy sensiblemente, igualdad en el beneficio de la libertad: todos hemos sido hechos igual de libres-siervos. En consecuencia, debiéramos temer entrometernos en la libertad de un hijo de Dios estorbando su servicio al Señor que lo compró al precio de su sangre preciosa. Debiéramos temer ayudar al enseñoreamiento que estorba el disfrute de nuestra plena libertad espiritual en Cristo.